Dicen que soy un payaso
Que va buscando valor
En el fondo de los pasos
Rafael Pérez Botija
(Interpretado por José José)
Desde hace varias semanas atrás Joker viene generando comentarios diversos en el público especializado y los espectadores. Desde Michael Moore hasta el chileno Alberto Fuguet han dados sus impresiones: empáticas, hostiles, complejas. Desde la redacción de MenteKupa quisimos surfear la ola de los acontecimientos contemporáneos. Nuestras impresiones, como todo equipo de redacción, son diversas y muchas veces contradictorias entre sí. Va entonces un texto que, de seguir las discusiones, podría constituirse en la primera entrega de un debate interno de nuestro equipo.
***
Spoiler Alert
***
Joker es una película que se moviliza sobre una territorialidad muy concreta: la de una ciudad plagada por el neoliberalismo. Recortes de gastos sociales, desempleo, trabajo precario, desigualdad social y pobreza, son los elementos que constituyen el paisaje y la geografía en la que se moviliza Arthur Fleck/Joker, interpretado por Joaquín Phoenix. La película tiene una duración, aproximada, de dos horas y veinte minutos. Dividida a la mitad, podemos encontrar dos actos que vendrían a marcar el tránsito de la tragedia a la comedia. Vamos con ello.
1er acto: el mito de Arthur Sísifo
El renacimiento de la tragedia arrastra el renacimiento del oyente artista cuyo lugar en el teatro, hasta el presente, ha sido ocupado por un extraño quid pro quo, de pretensiones semi-morales, semi-eruditas, el crítico.
Friedrich Nietzsche
Origen de la tragedia
Al igual que el mito griego, Arthur Fleck ha sido condenado por la sociedad a habitar el inframundo: un trabajo como payaso que está siempre en vilo por las continuas amenazas de despido; una vida solitaria; una madre enferma a quien cuida con la dulzura de los hijos que nunca han conocido a su padre; una geografía que habita desde la perspectiva de un psicótico controlado por un combo de, al menos, siete pastillas diferentes que le permiten cierto estado de lucidez; y una ciudad agresiva producto de la decadencia neoliberal.
En ese inframundo, Arthur Fleck se enfrenta una y otra vez a cargar la pesada piedra que, antes de alcanzar la cima, le empuja de vuelta hacia el inicio. La gran escalera (ubicada en el barrio de Highbridge, en el Bronx, entre 167th St. y Shakespeare Avenue) sirve como metáfora de ese ascenso siempre interrumpido por el peso de la enorme piedra social que carga sobre sus espaldas. Tres veces caerá Arthur Fleck antes de reconocer que la tragedia no ha sido, es, ni será aquello que define su vida. “Mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta que es una comedia” afirma el protagonista antes de abrirse paso, deus ex machina mediante, al tránsito que tiene como horizonte final la comedia. La risa, entonces, deja de ser síntoma.
Así, Arthur Fleck rompe con la visión dramática de la tragedia para afirmar, como Deleuze a partir de Nietzsche, que lo esencial de la tragedia es la alegría plural. Una alegría que no es resultado de la sublimación, la compensación, la resignación y/o la reconciliación. Lo trágico vendría aquí a designar “una forma estética de la alegría, no una receta médica, ni una solución moral del dolor, del miedo o de la piedad”[1]. A partir de este momento, el otrora enfermizo y vilipendiado Arthur Fleck iniciará su metamorfosis. Un proceso en donde se afirma a sí mismo y comienza a efectuarse como voluntad: The Joker
Intermezzo: el ocaso de los ídolos
El valor de una cosa no consiste en lo que se obtiene al conseguirla, sino en lo que nos cuesta alcanzarla
Mi concepto de libertad
El ocaso de los ídolos
Friedrich Nietzsche
El proceso de metamorfosis de Arthur Fleck es doloroso. A partir de este momento las escaleras ya no describen un ascenso. Por el contrario, es el descenso lo que define la acción. Habiendo aguantado con estoicismo el derrumbe de sí mismo, debe enfrentar ahora el derrumbe de todo aquello que está a su alrededor: una ciudad que anuncia una revuelta; un amor correspondido en el delirio y no en la realidad; la imagen materna que estalla en mil pedazos; y un referente televisivo que le utiliza para ganar risas y aplausos. Abandonando todo sentimiento de culpabilidad, el protagonista despliega el dolor otrora interiorizado. Se abre hacia el futuro con la certeza de una deuda: aquella que la sociedad tiene con él por haberle condenado al inframundo. Una deuda que habrá de transformarse en vendetta y que se constituye en la experiencia de la libertad.
Arthur Fleck muere para dar vida al Joker. La risa ya no es síntoma, sino expresión de libertad. Su cuerpo se yergue, su vestimenta cambia y su voz comienza a cobrar matices distintos. En el camino, chiste mediante (uno de los pocos que ayuda a distender la trama), le agradece a la única persona que ha sido afable y bondadosa con él. La gran escalera nos muestra ahora a un Joker pleno en sus facultades que desciende danzando para hurgar en los escombros de una territorialidad y una revuelta que siente como suya y de la cual se convertirá en referente.
2do Acto: el sacrificio inútil
El disfrazado se apodera de un conjunto de significados que remiten a una imagen del mundo en que el azar o lo posible dominan lo real, y la política
Jean Duvignaud
El sacrificio inútil
El rostro del Joker, sin querer, se convierte en el gesto que le otorga a la ciudad y sus habitantes un nuevo destino. La persecución policial que da pie a su flânerie iniciático por la ciudad es muestra de ello. Camuflándose en el gesto propio, ahora colectivizado, el Joker escapa poniendo de manifiesto, como diría Agamben, que “el rostro es el único lugar de la comunidad, la única ciudad posible”[2]. Mientras recorre su recién estrenada geografía (la de la revuelta en ciernes), va dejando tras de sí pequeños sacrificios que servirán para configurar una economía moral de la revuelta y que se constituyen como antesala para el sacrificio final: el fin de una vida que tiene como objetivo dar inicio a la revuelta.
La alegría se multiplica, los parias de la tierra abandonan sus hogares para ocupar una ciudad que les había sido negada. La revuelta va dejando una estela de destrucción a su paso, pero también es una fiesta. Porque la destrucción es un acto distinto de la actividad general mediada por la economía de mercado. Es la acción que impide a los poderosos hacer gala de su ostento.
El Joker, en tanto sujeto, no importa. Lo importante es aquello simboliza. En su rostro y su gesto, los habitantes de la ciudad ven simbolizada –por unos instantes- su vida y juegan apasionadamente en él para negar ese mundo cuyo orden no ha sido construido por ellos/as. Así, el Joker, esposado en el asiento trasero de una patrulla observa el resultado del inútil acto sacrificial que devino en revuelta.
La escena final nos muestra un Arthur Fleck internado, suponemos, en Arkham. Sin embargo, el rostro sin maquillaje, sin disfraz, no describe una ausencia. Como diría Agamben, “el rostro descubre sólo en la medida en que oculta y oculta en la medida misma en que descubre”[3]. El Joker sigue ahí y bastará esperar sólo unos segundos para verlo danzando al ritmo de la destrucción.
***
Para ser una película que se integra al universo de superhéroes de DC Comics, Joker está muy bien lograda. El trasfondo de la influencia de la obra de Martin Scorsese es siempre visible, a través de los continuos guiños a Taxi Driver y al Rey de la Comedia. Joaquín Phoenix sostiene, con su actuación, toda la tensión narrativa de la película. Posiblemente, si la viéramos cronómetro en mano, el actor ocuparía el 90 % de ella. No creo, como dijo Alberto Fuguet, que el personaje carece de empatía. Por el contrario, toda la antipatía, la tensión y la angustia que nos genera se produce, precisamente y como esbozó Michael Moore, porque expresa aquello que la sociedad teme.
Ahora bien, más allá de los guiños y el aura que la rodea, hay que ponderarla en su justa medida. Y aquí, si estoy de acuerdo con Fuguet. Es una buena película que seguramente veremos en un futuro cuando la repitan en el cable o la suban a Netflix. Repito, es una buena película. No es una obra maestra. Seguramente, su legado estará más relacionado, como me dijo Manuel Azuaje al salir de la proyección, a la recuperación –para las nuevas generaciones- de una memoria cinematográfica que se ha ido perdiendo con el pasar de los años. Joker me deja entonces, con una especie de nostalgia del futuro, una nostalgia que se encuentra a la espera del cine por-venir
Consejo: no vean ni Taxi Driver ni el Rey de la Comedia antes de ir a la proyección. Por el contrario, y a mi me funcionó, creo que es necesario ver las dos primeras entregas de la trilogía de Christopher Nolan.
[1] Deleuze, G. Nietzsche y la filosofía. Anagrama
[2] Agamben, G. Medios sin fin. Pre-Textos
[3] Idem