Como cabía esperar, el Diego no se fue sin levantar polvareda. Que misógino, que maltratador, que falopero, que pederasta, que traficaba droga con Hugo Chávez. Hay quien ondea banderas por su muerte y celebra que aconteció justo el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Mientras la cola para velarlo trascendió varios barrios de la capital (quien conoce Buenos Aires sabe la absurda distancia que hay de la Casa Rosada a Constitución), en las redes los detractores intentaron infructuosamente torcer la tendencia mundial al duelo, sin vergüenza ni culpas. Hasta en la devastada Siria lo recordaron. Los palestinos lo recordaron.
Se pronunciaron las MADRES, Silvio, Dolina, Galeano desde sus páginas, y sobre todo esa caterva gigante, multicéfala, abstracta y concreta, esa lacerada cosa que llaman Pueblo, se pronunció. Lo que presenciamos hoy lo vimos solo con Maelo, la Lupe, Lenin, Chávez.
Hubo quejas por el permiso a la concentración pública en tiempos de pandemia, como si fuese siquiera posible soñar con reprimir la multitud que se movía con sangre propia. Hoy iban al último partido del Diego, pasara lo que pasara. Y ni la pésima gestión policial pudo contener aquel movimiento que era una suerte de metáfora del finado: incontinencia pura sin atención a riesgos o saldos posteriores. Hoy Diego era toda esa gente.
La otra policía, la Custodia de la moral ajena, tampoco tuvo mayores éxitos. La desnutrida pero apasionada invectiva no logró mermar en nosotros, porque no hay nada que no supiéramos. Sabemos que los lados oscuros del Diego eran muy oscuros y manifiestos. Como también es manifiesto el uso deliberado y tendencioso que se le da a fotos e historias de las que tenemos movedizas certezas.
Es manifiesto que quienes lo defenestran hacen algo que no podemos ni sabemos hacer quienes lo lloramos: eludir todas las aristas de su compleja estampa.
Lloramos a Diego porque cuando niño pensaba que la mayor prosperidad posible era comprarle una casa a su vieja. Porque salió del barrial y conquistó la fantasía irrealizable del capitalismo, esa de que si te lo propones con ahínco lo logras. Cierto es que ese partido lo gana un genio de entre millones y, aún así, a costa de su propio cuerpo.
El Diego no sabía la traza de contradicciones que lo atravesarían. El exceso desmedido, que premio del capitalismo a las celebridades desaforadas, crea monstruos. El Diego se perdió irremediablemente, y solo Fidel y Cuba pudieron traerlo de vuelta, y lo devolvieron politizado, paladín de todas las causas perdidas. David contra la FIFA. Abrazó a Venezuela aún cuando ningún otro progre del mundo se atrevía a jugárselas por un país que ya no sumaba likes. Valentía kamikaze, a juego con su otro imperdonable atributo: su consuetudinaria grosería, su desfachatez, su pendenciero amor por todo aquello que desafiaba las normas y el buen gusto.
Quienes hoy lo lloramos no eludimos que supo ser un monstruo oscuro y a la vez un Ícaro que se quemaba las alas cada vez que intentaba cabecear el Sol. Quienes lo defenestran hoy no pueden abrazar sus épicos alcances porque en realidad esos alcances les importan poco y nada. El asco que le tienen es ideológico y de clase. Resulta intolerable que no dibujara el recorrido de un pobre que alcanza la virtud autorizada por las clases arriba de la suya. Que nunca dejara de ser un gordo falopero, chabacano y grosero de villa Fiorito, resulta simplemente inaceptable. Es que ni siquiera nos permiten a la clase media empatizar con una imagen idealizada de los pobres.
Y quizá por ser del barrio hasta la cloaca y el barro es que lo aman tan desmesuradamente en todos los barrios del mundo. Porque no escondió la cara ni cuando estaba en las últimas, ni cuando nos peleábamos con él por sus irremediables cagadas, ni cuando nos reconciliábamos al verlo renacer y de vuelta Ícaro a encerar sus alas.
Quien se libre de su aprehensión de clase podrá comprender que ese hombre complicado e insondable hoy se suma a otros sujetos tan monstruosos y contradictorios como él, que al parecer dan menos vergüenza. Ahí se va el Diego con Miles Davis, con Charlie Parker, con Jim Morrison, con Diomedes Díaz, con Héctor Lavoe, con Charles Bukowski, con Johnny Cash, con Picasso, con Edith Piaf, con Diego y Frida, con Robert Jhonson, con Janis, con Klaus Kinski, con Caravaggio; pero también se va con Chávez y con Fidel, con el Che y con otra cantidad de monstruos incontenibles por la historia y que a personas cotidianas como nosotros nos resultan bien difíciles de abarcar con los dos brazos y los dos ojos con que apenas contamos.
Yo no me canso de decir cuán grande sos. Siempre ubicado en e lugar correcto de la vida