William Shakespeare, en su tragedia Julio César,muestra el desenvolvimiento de las pasiones y percepciones anejas al espacio del poder o el topos político, en la relación entre los personajes de Marco Bruto, Cayo Casio y Julio César, cuyo resultado —real y representacional— asesino y sangriento Dante inmortalizó con el engullimiento perenne de los dos primeros, junto a Judas Iscariote, por parte de Lucifer en el averno. El amante de Roma, Bruto, justificó su actuación, previo al acmé trágico, diciendo que: «¡César tiene por ello que verter su sangre! […]. Se verá así que nuestro propósito tenía por motivo la necesidad y no el odio. Con tal apariencia a los ojos del vulgo se nos llamará purificadores, no asesinos».
El espacio político antedicho es aquel en donde suceden las acciones políticas, sean estas la toma de decisiones, lo inmediatamente soberano, con un carácter ritualístico, rayano en lo mítico-mágico; simbólicamente está signado por el trono: el lugar del poderoso. Id est, es el lugar cuyo acceso es limitado a los que conforman lo que desde Gaetano Mosca se entiende como «clase política» o «clase dirigente», con independencia de las diferentes formas de participación en lo político de los integrantes de la comunidad política, muy especialmente en democracia.

Por otra parte, la ilusión de la participación de los ciudadanos contrasta con el campo gravitacional del poder cuyo centro es la clase política, específicamente, el soberano o primus inter pares y todos aquellos que pertenecen a la antesala de acceso al poderoso, en la forma de ministros, consejeros y servidores. Todo lo cual es así, en una lectura analógica y anagógica, por el «derecho del rey», como se lee en 1 Samuel 8: 11-17:
«Este será el derecho del rey que reinará sobre ustedes, los destinará a sus carros de guerra y a su caballería, y ellos correrán delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y de cincuenta hombres, y les hará cultivar sus campos, recoger sus cosechas, y fabricar sus armas de guerra y los arneses de sus carros. Tomará a las hijas de ustedes como perfumistas, cocineras y panaderas. Les quitará a ustedes los mejores campos, viñedos y olivares, para dárselos a sus servidores. Exigirá el diezmo de los sembrados y las viñas, para entregarlo a sus eunucos y a sus servidores. Les quitará sus mejores esclavos, sus bueyes y sus asnos, para emplearlos en sus propios trabajos. Exigirá el diezmo de los rebaños, y ustedes mismos serán sus esclavos».
El pueblo frente a la clase política opera en la distinción jerárquica entre el sable y el puñal de Donoso Cortés, jerarquía que asume una forma dialéctica —Bruto apuñalando a César—: hay unos nacidos para mandar (sable) y otros para obedecer (puñal), por la vía del hecho y del derecho. Los que son capaces de hacerse del poder impondrán su derecho, legitimándolo a través de un hipotético beneficio del pueblo, o por virtud y fortuna (en términos de Maquiavelo).
De esta forma, sondear los arcanos del poder (arcana imperii tempto, Tácito dixit) consiste en la comprensión del ecosistema de todo poder, en especial el político, cual si fuera una ley trascendental de la historia, pancronotópica, de todos los lugares y de todos los tiempos. Implicando determinar o calcular las intenciones, intereses, pasiones, fortalezas y debilidades relativas y absolutas, de los que predican ese poder, y el locus del mismo, lo que Gramsci denominó «relaciones de fuerzas coyunturales» de la estructura —lo económico-social—, las cuales constituyen y determinan a los dirigentes y partidos políticos —en términos modernos—. Los arcana imperii son herramientas que permiten el dominio, tocante al manejo de la información, la materialidad aplicativa de lo que Kissinger denominó «cálculo político»: la evaluación de las relaciones de poder.
Actualmente, el debate público sobre la política, de los bandos que se disputan el poder, gira en torno a la cuestión de los beneficios que se emanan de la entidad estatal, bajo la idea del Estado de bienestar, y de cómo el bando disputante atribuye falencias al bando establecido en el poder. Sin embargo, dentro de los arcanos del poder se sintetiza la lógica de la clase dirigente: los bandos que se asumen antagónicos en la comunicación pública configuran una clase, que se coordina para sostener y expandir sus privilegios, los anteriormente dichos «derechos del rey». Asimismo, dentro del cálculo político aplicado a la medición de adversarios y enemigos, se establece la pericia en el arte de gobernar, como explica Gaetano Mosca:
«No faltan ejemplos en los que vemos cómo, en la fracción más elevada de la clase política, la larga práctica en la dirección de la organización militar y civil de la comunidad, hace nacer y desarrollarse un verdadero arte de gobierno por encima del craso empirismo y de lo que pudiera provenir de la sola experiencia individual; es entonces cuando se constituye una aristocracia de funcionarios, como el Senado romano o el veneciano, y hasta cierto punto la misma aristocracia inglesa […]».
Parte de este arte de gobernar debe ser entendido como el conocimiento de la psicología y tipología de los que gravitan en torno a la esfera del poder, muy especialmente de los adversarios, sus caracteres como individuos-dirigentes. En este sentido, Maquiavelo —cuya obra, El Príncipe, descubre los secretos de la conquista del poder a Lorenzo de Médici, Il Pensieroso— recomienda la disposición bestial del león y de la zorra, puesto que es «necesario ser zorra para conocer las trampas y león para atemorizar a los lobos».
Así, desde la raison d’État del cardenal Richelieu vemos que toda actuación política se justifica bajo la idea-fuerza del interés nacional, fungiendo el Estado y sus administradores tecnócratas como la medida de todas las cosas. Este principio moderno, extendido en la actualidad bajo el concepto de «amenaza», como nos explica Arendt en conversación con Roger Errera, da pie a que todo el armazón técnico-político estatal esté a disposición de unos pocos —el funcionariado—, cuya aplicación es tan vasta e inconmensurable puesto que depende de las voluntades de poder de individuos concretos, con su tendencia por un lado a la falibilidad e imprecisión, y a la conservación del propio ser, por el otro. La división del trabajo en la cadena de mando diluye la responsabilidad en la toma de decisiones, todo lo cual se signa como «interés de Estado», entendido en términos de Giovanni Botero: hacerse, conversar y extender el poder. La principal cuestión sobre el poder estriba en el entendimiento de que a la magnitud objetiva de la potencia —lo técnico-militar, la institucionalidad, la forma histórica de la comunidad política, la forma de gobierno, entre otros— se superpone y engarza operativamente la ubicuidad psicológica del poderoso —percepciones, ambiciones, fantasmas, obsesiones.