Bill manifestaba evidente sorpresa. Sentado ya en el mullido asiento, acodado sobre la mesa, planteó la interrogante a su tatarabuelo George:
—¿Qué sucede, Tátara? ¿A qué viene tanto sigilo? La luz violácea del atardecer que penetraba profusamente por el amplio ventanal, tenía con sus cambiantes matices a las dos gigantescas figuras cuyas sombras llenaban casi la pequeña habitación herméticamente cerrada a los inoportunos. George, que había tomado también sitio cómodo al otro lado de la mesa, se inclinaba hacia atrás meditativo, a la búsqueda del cabo que le permitiese iniciar la conversación.
De no haber ocurrido la escena en Neo-Ucronía, se hubiera podido pensar que Bill hablaba en tono de chanza al interpelar a George como su remoto antecesor. En efecto, ninguna diferencia de edad parecía existir entre ellos; muy cerca ambos de dos metros cuarenta de estatura, medida característica del desarrollo vertical de los neoucronianos, exhibían una musculatura prominente y armónica que marcaba sus relieves a través de la blanca y ceñida braga, el cráneo voluminoso y los rasgos faciales un tanto acentuados, con mandíbula particularmente dominante; manos y pies algo exagerados en tamaño en proporción al conjunto; la piel turgente, lisa y bronceada, el cabello abundante, regularmente implantado, la dentadura perfecta, siempre abierta a una sonrisa que con frecuencia lucía artificiosa. Tal vez los ojos ligeramente apagados y los movimientos más pesados de George, podrían ser los únicos signos, en verdad, poco relevantes que evidenciaban la carga adicional de los ciento sesenta y tres años que los separaban.
—Querido Bill —respondió George—, desde hace tiempo quería hablar contigo privadamente para informarte de una serie de hechos que son solo del dominio de la Paleojerarquía que fundó el país y que se mantienen en la más estricta reserva. Constituyen secretos de estado celosamente guardados, cuya difusión se desea evitar a toda costa, ya que podrían llegar a constituirse en fermentos agitativos perjudiciales para la estabilidad del orden constituido.
—¡Extraño lenguaje Tátara! Sabes bien, que en el trimestre de educación general aprendemos, a través de las cintas de estudios generales todo el saber básico existente en escala universal. Los conocimientos se incorporan en ese lapso a la corteza cerebral en virtud de los cambios de los ácidos ribonucleicos inducidos a través de los cascos de información. Nada puede ser más perfecto que nuestro sistema organizativo y está sustentado sobre bases tan sólidas que no puede ser cambiado a través de rumores o murmuraciones. Un gruñido desaprobatorio y una sonrisa sardónica de George, no detuvieron a Bill en su exposición.
—Desde que surgió hace ciento noventa y tres años, la Paleojerarquía en la cual estás incluido, producto de la generación de formas superiores de vida que irrumpieron abruptamente sobre la faz de la tierra, como últimas expresiones de la evolución biológica, se llegó a una etapa de progreso inigualado que solo podrá mejorar gradualmente en función de las sabias directrices que diseñan nuestros líderes. Las más avanzadas especies de homínidos, según el testimonio de algunos fósiles que se observan en nuestros museos, eran seres completamente inferiores, con cajas craneales de unos mil doscientos a mil cuatrocientos centímetros cúbicos. En los millones de libros que escribieron y de los cuales quedan muy pocos, se esbozaban apenas algunos conocimientos rudimentarios que por lo demás ellos mismos reconocían ser incapaces de aprender. Los registros indican que para alcanzar cierta eficiencia en sus labores, debían estudiar al menos ¡quince años! Había además una serie de ocupaciones rarísimas, y muy primitivas; como la de personas que se pasaban ocho horas diarias sembrando en la tierra, mientras otros gastaban el mismo tiempo en la erección de paredes, colocando bloquecitos de arcilla cocida unos sobre otros y pegándolos con una argamasa especial, exhibiendo en ello una paciencia digna de mejor causa. El grupo de los científicos y el de los ingenieros, que hoy forman las dos clases principales de nuestra sociedad, constituían ínfimas minorías. ¡En fin, para qué voy a distraer tu tiempo, en cosas que conoces tan bien como yo!.
—Oye —exclamó George imperativamente, mientras su expresión dejaba traslucir impaciencia—, no haces más que repetir, punto por punto, el contenido de la cinta de información universal; pero las cosas no fueron en realidad como te las enseñaron, y estamos lejos de vivir en el mejor de los mundos. El dominio de cuanto voy a comunicarte representa un enorme peligro para ambos, pero considero que es una obligación informarte, ya que es la única esperanza de que se abran otras perspectivas distintas para el devenir de nuestra cultura. Me queda poco tiempo para recibir la orden de entrada a la planta petrolifícadora de materia orgánica. La clínica de prótesis ha cambiado ya por tres veces el único riñón que poseo y el hígado ha sido reemplazado dos veces. En los últimos estudios con radioisótopos que se me han practicado, las gamma-cámaras muestran que en mis tejidos se ha acumulado mucha hidroxiprolina, un áminoácido que es un componente característico del colágeno; ello revela que las células propias de los órganos importantes vienen siendo sustituidas por tejido conjuntivo inerte, lo que traerá pronto un deterioro de funcionamiento, incompatible con el estado de salud exigido por la comunidad para la subsistencia. Por otra parte, a pesar de los grandes progresos que hemos realizado para estabilizar el número de las neuronas, el último análisis microelectroencefalográfíco revela que estoy llegando al límite mínimo prescrito por la ley. A eso se añade que la cuantificación del pigmento degenerativo que se acumula en las neuronas durante el envejecimiento, proceso que tampoco hemos llegado a impedir completamente, está comenzando a afectar determinantemente el metabolismo de estas células. En la esfera subjetiva, yo mismo he notado cierta torpeza en asimilar los conocimientos de la cinta A2-46, que me llega mensualmente con toda la información relativa a la investigación médica, campo que continúo cultivando con ahínco. Estimo, por tanto, que mi caso ha de estar ya en manos del Comité de Longevidad y que no está lejana la fecha de la incineración controlada.
La expresión de asombro de Bill cambió hacia la de conmiseración. Moviendo lateralmente la cabeza en señal de desaprobación exclamó:
—¡Oh, qué pena Tátara! No sabe cuánto dolor me produce esa infausta noticia. Pertenezco a la última generación de reproducción directa en donde todavía se pueden establecer los vínculos familiares. Como bien sabes, en las últimas tres décadas los laboratorios de exorreproducción y los centros de ingeniería genética han tomado a su cargo todo el proceso reproductivo. Y solo me quedas tú, después del malhadado accidente aéreo que segó la vida de mis padres y abuelos en aquella trágica excursión dominical al espacio. Claro que la cinta Carreño-300 nos enseñó a reprimir la exteriorización de nuestros sentimientos o mejor aún a combatirlos, pero no puedo menos que confesarte que tu ausencia habrá de serme profundamente dolorosa.
—Gracias, gracias, querido Bill. Te guardo también profundo afecto. Pero volvamos al asunto. Habrás de saber, que el poder reunimos en esta habitación y conversar con plena espontaneidad acerca del pasado, presente y posible futuro de Neo-Ucronía, ha representado un esfuerzo de muchos años. Para llegar a bloquear la información que están suministrando permanentemente los satélites de comunicación sobre todas las palabras que se pronuncian sobre la superficie de la tierra. El trabajo ha sido largo y difícil. Los mensajes provenientes de los satélites pasan a las computadoras de la Central de Inteligencia, que los analizan y los desechan regular- mente, a no ser que se hayan emitido vocablos que figuran en el código de subversión.
Reclinándose hacia atrás con cierta complacencia, afirmó:
—En mi tiempo libre, he desarrollado un barniz de protección que sirve de pantalla a la acción escrutadora de los satélites.
—Te confieso que me haces pasar de sorpresa en sorpresa. Estoy convencido, tal como lo están todos mis compañeros, que la nuestra es la única fuerza intelectual genuina que ha existido a través de los tiempos, y que hemos creado el Estado perfecto. Cada día, cuando vamos en el auto-jet colectivo del Caribe a revisar los controles y la operación de los cultivos hidropónicos, los cascos de información nos suministran las noticias de nuestros crecientes avances en las distintas áreas. Las recientes investigaciones espaciales, nos colocan en la perspectiva inminente de salir del sistema planetario; los estudios psicobiológicos nos llevarán pronto a acortar a un mes el tiempo de absorción cortical de los conocimientos básicos universales, en vez de gastar tres meses como se hace en la actualidad. La esperanza de vida para las generaciones obtenidas por exorreproducción y modelado genético se acerca a los doscientos cuarenta años y el estado de salud es casi perfecto. Producimos alimentos a voluntad y la ración B-24 consumida una vez al día permite atender todas las necesidades nutricionales, además de proveer elementos de protección contra enfermedades comunes y trastornos degenerativos. La extraordinaria clase científica que poseemos viene estudiando y resolviendo con éxito los problemas que quedan. La clase de ingenieros no permanece a la zaga en las realizaciones prácticas y estamos en capacidad de rebasar todas las metas de trabajo en solo dos horas diarias de labor.
—Es la información de masas —murmuró George con un dejo de tristeza. Ambos pestañearon al sustituirse la claridad multicolor del crepúsculo por la luz brillante y azulada de los satélites dotados de los hornos de plasma estelar. Bill continuó su relato con visible entusiasmo.
—¡Si vieras cómo progresan las plantaciones hidropónicas del Caribe!”. Hay hectáreas y más hectáreas florecientes, de vegetación exuberante, dispuestas sobre una plataforma sostenida por torres a cien metros sobre el nivel del mar. El agua es bombeada a las plantas de tratamiento en donde, de manera automática, se retiran las sales en exceso y se dejan las proporciones adecuadas para los cultivos; además, se enriquece el agua con nitratos, que se producen a partir del nitrógeno procedente de las plantas petrolificadoras de materia orgánica, que viene por los gasoductos desde el Sur. Otra parte del nitrógeno lo obtenemos del plancton y de sedimentos marinos. Los helicópteros rasantes, con sus pilotos mecánicos, realizan las diferentes operaciones con asombrosa precisión y rapidez. ¡Todo se dirige desde la Central de Nassau!
—Bien está que hayas hecho mención de los gasoductos de nitrógeno que vienen del Sur” —interrumpió George—. ¿Conoces algo del hemisferio boreal?
—Se nos ha hecho saber terminantemente que no debemos traspasar el umbral del cinturón ecuatorial, donde la barrera electrostática limita las posibilidades de acceso. Precisamente allí ocurrió el accidente que culminó con la muerte de mis padres y abuelos. Los cascos no refieren nada de esa zona y estamos ya habituados a ignorarla, respetando así la disposición de nuestro sabio Consejo Directivo. Todo cuanto conozco es que las tuberías que vienen del hemisferio Sur, nos traen grandes cantidades de hidrocarburos y nitrógeno provenientes de plantas petrolificadoras de materia orgánica instaladas allí. Llegan también torrentes de metales fundidos. Pero déjame seguir refiriéndote sobre otras realizaciones, que probablemente no has tenido interés en ver de cerca, ensimismado como estás en tus investigaciones metabólicas. Cerca de las plantaciones hidropónicas, con su centro de operaciones en Saint Thomas, están las pesquerías. Tuberías plásticas de gran diámetro succionan permanentemente el agua del mar, creando corrientes que arrastran millares y millares de peces, que son clasificados de acuerdo con el tamaño, forma y color por los anillos de células fotoeléctricas, pasando luego al sistema de procesamiento, en donde las maquinarias los dejan listos para proveer deliciosos manjares para nuestros agradables banquetes dominicales o los utilizan para obtener proteínas para la diaria ración B-24. Parte considerable se dedica a la cría, aun cuando estamos empleando en forma creciente proteínas obtenidas por síntesis directa de los materiales provenientes de las plantas petrolificadoras. Un poco más allá, en la vecindad de Bermuda, operan permanentemente los mecanismos de perforación del fondo marino, que nos permiten obtener neucronium, metal que seguramente habrá de definir nuestra era, que por su ligereza, solidez y altísimo punto de fusión, nos ha permitido las extraordinarias obras de ingeniería que estamos llevando a cabo; entre otras, la estructura del complejo anillo electrostático ecuatorial.
George se alzó de su asiento con cierta violencia, pálida la faz y los labios apretados, traduciendo incontenible ira.
—¡Tonterías! ¡Necedades! —exclamó con vehemencia—. ¡Esas realizaciones, con todo el mérito que indudablemente poseen, nada significan al lado de las predaciones y asesinatos que cometimos para instalar Neo-Ucronía; poco valen al confrontarlas con la pérdida del libre albedrío, que ha sido el terrible precio a pagar por estas ventajas materiales!, ¡Lejos de ser un pueblo grande, expresión del logro de una elevada meta de la condición humana, tal como a diario nos lo inculcan, somos duros y fríos, insensibles y egoístas, malvados y criminales!
—Calma, Tátara, me desconciertas con tus explosiones emocionales, que además de ser de mal gusto, están desvinculadas de la realidad. ¿Acaso los años han turbado la plenitud de tu bien ponderado y rico intelecto? ¿Será, efectivamente, cuanto dices resultado de la excesiva acumulación pigmentaria en tus neuronas? No quiero, por circunstancia alguna, refrenar tus anhelos de comunicación, pero toma de nuevo asiento y habla con la debida serenidad, que con mucho gusto habré de escucharte, aun cuando la línea de tu pensamiento se aparte de la más elemental sensatez.
—Los jóvenes no son culpables —sentenció George, bajando la intensidad de la voz y tomando de nuevo asiento. Y luego, con evidente pena, continuó su relato—. Nosotros, quienes constituimos el núcleo de la Paleojerarquía, somos, ahí sí, los responsables, al participar activamente o dejamos arrastrar en los terribles sucesos que precedieron al establecimiento de Neo-Ucronía. Habíamos descubierto las vías de conferir, a los habitantes de nuestro país, una extraordinaria fortaleza física y una capacidad intelectual nunca igualadas. Los estudios sobre la hormona de crecimiento y las investigaciones sobre el papel de los ácidos nucleicos en la memoria, así como la posibilidad de manipular la información genética, nos permitieron alcanzar un poderío casi ilimitado. Estos conocimientos pasaron a ser de inmediato secretos de estado, muy a pesar de la mayoría de los científicos, para que sobre su utilización decidieran oportunamente los detentadores del poder. En una sola generación fuimos impulsados a una posición biológica tal, que a través de los penosos procesos de la evolución natural hubiese tomado al menos un millón de años. Nos prepararon luego psicológicamente para la guerra y la destrucción. El mundo, se nos decía con insistencia, ya no tolera más habitantes. Cien años más y comenzarían el canibalismo y la destrucción mutua de la especie. Además, se difundía permanentemente la tesis de que teníamos que preservar para el futuro de la humanidad a los seres superiores que, naturalmente, éramos nosotros. Ello implicaba deshacerse, de un excedente de sujetos que además de ser gente incapaz, de escasas capacidades intelectuales, creadora de conflictos, se reproducía como hormigas y amenazaba con cubrir totalmente la superficie de la tierra con una masa amorfa que todo lo ahogaría con su vaho pestilente. Y así, el Capítulo Segundo de la Constitución estableció las medidas a tomar para evitar el supuesto desastre. En las disposiciones legales, se señalaba ya en forma determinada, en base a las consideraciones antes señaladas, cómo se debía sacrificar a estos millones de personas; pero, además, se establecía que dado que los recursos naturales existentes en el globo son limitados, debían ser aprovechados exhaustivamente, por lo que, en consecuencia, se precisaba recuperar, para beneficio de nuestra raza, la enorme cantidad de materia orgánica que iba a quedar disponible al realizarse la citada liquidación de los seres inferiores. Las provisiones de petróleo obtenido del subsuelo estaban ya prácticamente agotadas y a pesar de que se había alcanzado la utilización práctica de la energía de fusión nuclear en los esteleradores y las cantidades de poder eran limitadas, se requerían hidrocarburos para sostener la elaboración creciente de plásticos y otros productos industriales. Se organizaron así las plantas de petrolificación de materia orgánica. Y en vez de hablar, como era lo justo, de asesinar, se usaba el vocablo suave y evocador de alta técnica: petrolificar. El eufemismo fue consagrado en la Constitución y creo, querido Bill —y una sonrisa sardónica asomó a sus labios—, que nuestra era, lejos de ser la edad del Neoucronium, habrá de pasar a la Historia como la Era de la Petrolificación…
—¡Oh, deliras, Tátara!—apuntó Bill, con énfasis, en tanto se hacía aparente en su faz la mezcla confusa y agobiante de sus emociones interiores; asombro, desagrado, angustia.
—¿Delirio?, ¡Claro, delirio sostenido por el disgusto, la inconformidad reprimida y estéril! ¡Pero aún tienes que oír mucho más! Las acciones programadas comenzaron a llevarse a cabo. Lo primero que realizamos fue la separación física de los dos hemisferios, que se efectuó en tal forma que permitía a los neoucronianos pasar a voluntad al Sur, al mismo tiempo que ponía una infranqueable valla a los que designábamos como subdesarrollados para viajar al Norte. Se inició la destrucción con la siembra, por medio de cohetes, de los reservorios de agua, previamente bien ubicados, con el Virus Tribut. En solo tres días, las grandes ciudades se convirtieron en cementerios naturales. Siguieron luego las pequeñas poblaciones y la incontrolable epidemia se extendió rápidamente por los campos. Al cabo de tres semanas, apenas quedaban algunos grupos nómades perdidos en los bosques. Habíamos advertido a los otros países del Norte de la existencia de la fulminante infección y que en virtud de ello se iba a proceder al aislamiento mencionado, de tal mane- ra que los periódicos de dichas naciones, unas grandes hojas que imprimían diariamente con el propósito de difundir las noticias, no hicieron más que alabar nuestra previsión, que había impedido que todos los habitantes del globo pereciesen. Luego, el área del hemisferio Sur fue dividida en cuatrocientas grandes zonas y en cada una de ellas se instalaron los sistemas de las plantas petrolifícadoras automáticas, que con sus grandes palas arrasaban con toda materia orgánica y, en virtud de procesos similares a los que determinaron en las antiguas eras geológicas la formación del petróleo, producían grandes cantidades de hidrocarburos, y el nitrógeno liberado en forma gaseosa era también aprovechado. Un procedimiento de reforestación regeneraba las zonas utilizadas. Al mismo tiempo se organizaron las minerías automáticas, que, con sus tuberías a alta temperatura, enviaban minerales fundidos a larga distancia. Todo ello habría de permitirnos contar con materiales para abastecemos por tiempo indefinido si se tiene en cuenta que habíamos logrado estabilizar la población de nuestro Estado en cien millones de habitantes, que, por lo demás, eran cuidadosamente seleccionados”.
—“¡Increíble!” —exclamó Bill, al mismo tiempo que se ponía de pie y comenzaba a dar zancadas de pared a pared, en el pequeño ambiente—. ¡Fue brutal y monstruoso! ¿Cómo pudieron destruirse fríamente millones y millones de seres?
—Nosotros mismos —continuó George ensimismado en su relato—, ¿no somos acaso llevados, voluntaria o involuntariamente, a la cámara petrolificadora tan bellamente diseñada, donde se aprovecha igualmente nuestra materia orgánica? Pero sigo mi historia. Era preciso, luego, destruir a nuestros enemigos reales o potenciales del hemisferio Norte, así como el remanente de atrasados que vivía por encima del Ecuador. La cuestión era más difícil —ya que no habíamos desarrollado medios preventivos para evitar la infección por el Virus Tribut que pudiéramos usar para protegemos—. Además, las bombas de hidrógeno eran demasiado llamativas, hacía tiempo que se habían establecido acuerdos para proscribir su uso y la retaliación hubiera sido inevitable. Diseñamos entonces un programa a base de prédicas, ácido lisérgico y toxina botulínica. Difundimos el uso de ácido lisérgico en el seno de las masas de los países que debían ser destruidos y enviamos un grupo de eminentes predicadores, que con sus discursos sobre las delicias de la otra vida arrastraban a los grandes conglomerados drogados hacia el más sublime éxtasis. Alucinaciones maravillosas conmovían a las multitudes, sacudidas en sus más íntimos impulsos emocionales. En tanto, comenzó a actuar la toxina botulínica, liquidando a millones de personas cada día. Nadie se ocupaba siquiera de levantar los cadáveres, sumergidos como estaban en el mundo de las más dulces y supremas ilusiones, de los placeres espirituales infinitos, de las realizaciones imaginativas nunca soñadas. Mas, una vez cumplida la misión, muchos de los predicadores enloquecieron en un delirio de grandeza ayudado por el uso indebido de ácido lisérgico, que se les había prohibido ingerir, y regresaron con la ambición de convertirse en dirigentes de masas que pretendían llevar igualmente a los neoucronianos hacia la contemplación, empleando la misma fraseología rimbombante y huera que habían ido a difundir en cumplimiento de las órdenes del Gran Canciller. Y cuando se trató de orientarlos hacia el camino recto, se revolvieron como fieras contra el Gobierno de Neo-Ucronía en plan de abierta subversión. Hubo de intervenir nuestra pode- rosa policía de combate, el Grupo S.S., que a duras penas sofocó el intento. Terminaron, al fin, en las plantas petrolificadoras. Los que quedamos, la generación que instaló a Neo-Ucronía, fuimos honrados con la designación de miembros de la Paleojerarquía.
—¡Es horrible! —exclamó Bill, llevándose las grandes manos a la cabeza y tapándose los oídos en ademán de negarse a seguir escuchando. Se le hacía difícil la respiración y se acercó a la ventana con el evidente propósito de permitir la entrada del aire exterior. Pero en el acto un poderoso empellón lo sacudió.
Era George quien lo empujaba, al mismo tiempo que le reprochaba:
—¿Estás loco? ¿Quieres destruir el barniz de protección? Bill, abatido, se sentó de nuevo, sosteniendo su cabeza sobre los puños.
—Estás abriendo mis sentimientos a la inseguridad, a la angustia y a la infelicidad, Tátara. ¿No era mejor ignorar? ¿Podré ahora dejar de pensar en todas esas crueldades, cuando en las mañanas me quite el casco de recuperación cerebral y de estimulación muscular subliminal y vaya a realizar mi trabajo en el Caribe? ¿Podré man- tener el secreto de nuestro infausto origen ante la bella Frida, con quien comparto las más íntimas confidencias o ante los compañeros de la planta hidropónica que me distinguen con su amistad más
profunda?.
—Bill, es necesario luchar. Tenemos que crear células organizativas bajo la protección del barniz, hacer frecuentes conciliábulos, informar sobre el trágico pasado y sobre las condiciones actuales de la tremenda dictadura impulsada por el Consejo Directivo, o mejor aún por el hombre clave de la organización, el Gran Canciller. Debemos cambiar las condiciones actuales y avanzar hacia un nuevo régimen digno, humanitario, y de libertad.
—¡Oh, Tátara! ¡Qué de nuevas y raras palabras!
—Claro, no sabes. Son expresiones terminantemente prohibidas, que de poder ser captadas por los satélites de la Central de Inteligencia, sacudirían hasta sus más intrincados canales el sistema de la alarma antisubversiva. Pero déjame seguir informándote.
Se veía ahora que Bill había sido tomado definitivamente por la curiosidad, y el deseo de saberlo y entenderlo todo.
—Algunos descontentos comenzaban a dejar oír sus voces. Incluso varios miembros del Consejo Directivo anunciaron en sesiones tormentosas que se estaban llevando las cosas con una violencia no contemplada en los planes originales. Empero, el Gran Canciller fue recio. Movilizó sus adictos de la Paleojerarquía para separar del organismo supremo a sus opositores, que se vieron obligados a atravesar el dintel de las cámaras petrolificadoras. Se impuso así definitivamente la dictadura psicológica. El laboratorio psicodinámico que había sido organizado de antemano por el Gran Canciller asumió el control total de la Central de Inteligencia. Se hizo obligatorio el casco de información para todos los ciudadanos y en muy poco tiempo se anularon los ácidos ribonucleicos cerebrales indeseables y se fue creando la conformación mental deseada con el uso sistemático de las cintas transcriptoras, sensorio-intelectivas. Como operación científica, aquella gestión resultó extraordinaria, mas fue lastimoso ver cómo la información tendenciosa y falsa llegaba directamente a la corteza evocando imágenes, percepciones usuales, táctiles, auditivas, gustativas y olfativas de una aparente realidad, que inducían la ineludible conciencia de una verdad, de una sola verdad, la que quería el Gran Canciller que fuese la verdad. Antes de instalarse Neo-Ucronía, teníamos la prensa, la radio y la televisión y corrientemente se usaban para engañar a la gente, de acuerdo con los intereses dominantes, pero había escapes al pensamiento crítico, que en muchos casos hacían recapacitar a la gente y reorientar el pensamiento de acuerdo con líneas más acertadas. Además, en las Universidades, que así se llamaban los centros de estudios donde se impartía enseñanza a través de un largo y penoso proceso, se había mantenido con gran esfuerzo un sistema llamado de autonomía, que permitía que cada quien expresara sus puntos de vista y sus criterios personales sin que ello le condujera a perder su posición. Todo eso lo llamábamos libertad de pensamiento y se consideraba parte substancial de la realización integral del hombre, y expresión decantada de la dignidad humana. La autonomía sufría grandes bajas en la etapa preneoucroniana, pero siempre había quien alzase la bandera de la independencia intelectual. Se creía, y yo todavía lo creo, que el ansia de libertad estaba consustanciada con la misma naturaleza del hombre. Estoy seguro de que en muchos miembros de la Paleojerarquía vive aún esa idea y que en su fuero interno se conserva el anhelo del cambio. La cuestión por dilucidar es si las nuevas generaciones, condicionadas a diario por las cintas transcriptoras, podrán liberarse de las influencias conformadores de sus ácidos ribunucleicos. Abrigo la esperanza de que los operones que regulan la información genética contenida en el ácido desoxiribunucleico, que se desarrollaron a través de millones de años de evolución biológica y que impulsan al hombre a la libertad, no puedan ser apagados definitivamente por la prohistona, incorporada de la Ración B-24. Estoy seguro de que si lográsemos introducir una célula subversiva en la planta productora y sabotear ese proceso, surgirá de nuevo con gran fortaleza el deseo de libertad y contaríamos en un instante con una enorme masa de población lista para llevar a cabo la revolución contra la dictadura. En el nivel biológico, como puedes apreciar, solo se trata de un antagonismo entre ácidos ribonucleicos transitorios antilibertad, que han de ser inducidos regularmente, y la acción genética del ácido desoxiribonucleico prolibertad, cuya injerencia se bloquea con la prohistona. No podemos actuar para romper la sumisión sino en alguno de estos dos sectores. El primero es prácticamente imposible, ya que es el que recibe la atención más directa de la Central de Inteligencia; el segundo, aun cuando bien cuidado, es más susceptible de sabotaje. Y hay que proceder muy pronto, ya que en el Centro de Ingeniería Genética se acercan ya a la posibilidad de destruir definitivamente esos genes en los óvulos y espermatozoides de la planta de exoreproducción. Por otra parte es muy probable que en un corto lapso entren en funcionamiento los nuevos cascos de información, que poseen un sistema de retroalimentación y que transmiten a la central las condiciones psicofísicas del órgano para ajustar la magnitud de los impulsos que se le envían y al mismo tiempo señalar la existencia de pensamientos subversivos; en unos dos años, los citados cascos estarán siendo producidos masivamente, sustituirán a los satélites de información y establecerán una vigilancia universal tan rígida que todo intento de liberación habrá de resultar completamente infructuoso.
—Abres un negro panorama a mi dormida conciencia. Veo ahora que la situación es realmente terrible. Pero, ¿qué puede hacer una persona ante tan inconmensurable poderío? Hay que conversar en secreto, convencer, luchar contra los poderosos influjos técnicos del sistema, hacer reuniones, despertar entusiasmo, promover acciones. ¡Y todo ello sin que llegue al domino de la Central de Inteligencia! ¡ Dura tarea la que me impones! ¡Toda una empresa en el límite de lo imposible! Y ahora te pregunto, Tátara: ¿No pudieron hacer ustedes nada efectivo cuando se iniciaba este proceso? ¿Fueron los forjadores de la revolución científica insensibles a los lamentables hechos? ¿Por qué permitieron impasibles la destrucción sistemática y organizada de millones y millones de seres?
—Los científicos de la era preucroniana se podían ubicar en tres grupos. Uno minoritario, en abierta convivencia con los factores de poder, desarrollaba una labor intensa e impulsaba con ellos el establecimiento del nuevo Estado; trabajaban en forma activa para dotarlos de todo el poder creado por la ciencia y de la moderna tecnología y de emplearlos al servicio de sus intereses egoístas. Ponían al alcance de ese sector, sin la menor vacilación, instrumentos de destrucción masiva, artefactos explosivos, cohetes, virus, toxinas bacterianas, substancias químicas y los poderosos los usaban sin vacilaciones, para impulsar la formación de un imperio universal inigualado. Los científicos que llevaban a cabo estas tareas con las enormes ventajas materiales que recibían, acallaban sus escasas reservas morales. Otro sector, ampliamente mayoritario, se había conformado a la cómoda idea de que la creación de los conocimientos era una tarea desvinculada de las responsabilidades derivadas de su empleo. No querían ver que cada nuevo descubrimiento se reflejaba en poder, que el poder forma parte de la política y de que ellos sensibles o insensiblemente estaban ofreciendo los elementos para que ocurriesen cambios sustanciales en la sociedad. Tampoco deseaban darse por enterados de que muchos de sus hallazgos, no se usaban en beneficio de la humanidad, sino para su explotación, para su destrucción, o para ventaja de pocos. Y esta actitud les servía de escudo para quedarse marginados ante la evolución desfavorable que se venía registrando y que tendía a limitar cada vez más las libertades e incluso a perturbar la independencia académica de sus propios centros de estudio. Un tercer grupo, proporcionalmente pequeño, constituía la antítesis del primero: luchaba por la paz, por la libertad, por la utilización humanitaria del conocimiento, por una ciencia al servicio de las potencialidades creadoras del hombre. Pero a no ser que hubiesen alcanzado una elevada talla científica, eran discreta o bruscamente apartados, cuando no perseguidos. A todos se les miraba con desconfianza, se les calificaba de antipatriotas y se les tenía como gente poco seria e indeseable. Frecuentemente alborotaban en las Universidades, alteraban la calma académica o salían en manifestaciones con pancartas que se consideraban perturbadoras. En síntesis, había un grupo pequeño de no conformistas, otro grupo no muy nutrido que todo lo entregaba para conservar sus privilegios y la gran masa indiferente que solo quería paz para satisfacer con la mayor plenitud sus inquietudes vocacionales en las pesquisas científicas. Estos últimos, entre los cuales me encontraba, se adaptaban pasivamente a las situaciones inconvenientes que iban surgiendo en forma progresiva. Cuando quisimos reaccionar ya era tarde, aun cuando reconozco que ello quizás fue también una excusa que nos forjamos para no obligarnos a tomar posiciones incómodas y peligrosas. El ejemplo de lo que ocurrió cuando se inició la ofensiva contra la autonomía universitaria fue aleccionador. El grupo más combativo que dirigió el movimiento de defensa fue expulsado de los laboratorios y gabinetes y perseguido. Sus integrantes fueron los primeros en conocer las delicias de las plantas petrolificadoras. Ello contribuyó a detener los arrestos de algunos de nosotros, a la espera de una mejor ocasión, que nunca se ha presentado. No abrigo dudas de que tú habrás de encontrarte en situación similar y es posible que nunca puedas llegar a hacer nada. No obstante, consideré una obligación tratar de expresar mis inquietudes y algunas ideas sobre posibles planes a alguien de confianza, que pueda siquiera en el futuro mantener encendida una pequeña llama de esperanza.
—Te entiendo, Tátara, y veo con simpatía tus propósitos. ¿Pero no has tenido oportunidad de comunicar tus ideas a otros en épocas pasadas?
—Sí, Bill. En una ocasión muy bien preparada, planteé la situación en el círculo familiar. Tus padres y abuelos conocieron de este asunto y quedaron profundamente impresionados.
—¡Ah! Entonces el accidente…
—Si, no pudieron resistir el deseo de ir a ver sobre el terreno el estado actual del hemisferio Sur.
—¡Qué desgracia! Ello hace más firme mi decisión de contribuir con todo empeño a secundar tus planes. ¿Crees que el punto central de ataque es el sabotaje de la incorporación de prohistona L a la alimentación?
—Exactamente. Además, en las tareas iniciales, se requiere preparar varias cámaras protegidas contra los satélites de información, aplicando e] barniz que he desarrollado. Por otra parte, no creo difícil comenzar a añadir en las plantas automatizadas de pintura de revestimiento este mismo material, si se logra convencer al ingeniero de la fábrica que funciona en Sicilia. A lo largo de unos veinte años de trabajo sostenido he logrado almacenar en algunos sitios suficiente material para que la pintura de los próximos dos años ejerza una acción protectora eficaz. En este plano —y sacó una hoja gastada de bolsillo—, están señalados los lugares donde se encuentra almacenado el barniz. He hablado con el ingeniero AZL-Pint-33 y tengo la impresión de que es persona abordable. Empero, es probable que sea preferible comenzar por la operación más limitada, por ejemplo, proteger la caseta de control de la planta hidropónica del Caribe.
Habían hablado durante un tiempo considerable. Los relámpagos de color de los satélites que marcaban la hora se habían repetidos muchas veces.
Bill se levantó con calma de la silla. Su confusión era visible. Guardó parsimoniosamente el plano e hizo un ademán de despedida.
—Habré de pensarlo cuidadosamente, Tátara, y volveré a hablarte pronto. Quizás entonces pueda darte alguna noticia y podremos trazar un plan de acción concreto para abrir operaciones. Te confieso que no he entendido a fondo toda tu disertación. Pero algo profundo ha vibrado en mi ser al conjuro de esas palabras que parecieran poseer un contenido mágico: libertad, humanitarismo, dignidad humana. Casi tienen conexión con el estado de satisfacción espiritual que sobreviene los domingos cuando consumimos la dosis premonitora de la celebración y nos llegan tan hermosos mensajes a través de los cascos de información. ¡Hasta pronto!
George lo vio salir con una sonrisa de satisfacción. Sentía un profundo alivio; ¡quizás un nuevo rumbo se abría desde ese instante para la humanidad!
Bill caminaba por el corredor sumido en profundas reflexiones. El casco le hacía ver en ese momento el Salto Ángel. Estaban haciendo un relato geográfico sobre el límite sur del Estado. Nada de eso le interesaba ahora, aquellas palabras misteriosas ocupaban su mente en forma determinante. Casi mecánicamente tomó el ascensor hacia la terraza donde tenía estacionado su vehículo. ¡Pero un cambio brusco de voz en la transmisión lo sacudió! El olor acre impartido por el casco le hizo saber sin lugar a dudas que se trataba de una orden. Las palabras nítidamente pronunciadas al parecer sin matiz autoritario vinieron a desviar su preocupación y angustia en otra dirección.
—El Ingeniero LM-Hidrop-79 debe pasar de inmediato por la Oficina 405 de la Central de Inteligencia.
La orden fue repetida tres veces. No había que perder tiempo. Su auto-jet lo llevaría en pocos minutos a su destino. El tráfico estaba algo congestionado. Buena excusa para demorar un poco la llegada. Sentía en su cuerpo manifestaciones extrañas nunca experimenta- das. Un ligero temblor lo sacudía y se le hacía difícil la respiración; una molestia indefinible en el límite del dolor se apoderaba de sus vísceras abdominales. Nunca había estado antes en el enorme edificio resplandeciente que había visto en varias ocasiones. Alguna que otra vez, los noticiarios que llegaban a través del casco habían mostrado las extensas salas cargadas de computadoras y algunos departamentos de estudio. Al lado, una planta petrolificadora de gran refinamiento destinado únicamente al uso de la Central. Posó suavemente su máquina en el espacio marcado sobre la terraza con el número 405. Descendió y en pocos minutos anunciaba su presencia al psicoexaminador de turno. La misma tersura de la faz, la misma expresión sonriente y acogedora, la misma contextura física poderosa. La braga ceñida al cuerpo como la que acostumbraban usar los neoucronianos, se diferenciaba solo por el color verde limón.
Bill intuía el motivo de la llamada. Seguramente había murmurado las palabras mágicas sin darse cuenta y los satélites lo habían evidenciado. También sabía lo que le esperaba.
—A su orden, compañero.
—Bienvenido. Por favor tome asiento. Y reclinándose hacia atrás en su silla giratoria le anunció:
—Registramos una irregularidad en su casco de información, ingeniero. Parecía que algunas interferencias bloqueaban la llegada de nuestras transmisiones. Algo raro que no se observaba por años en el sistema ha ocurrido y deseamos investigar. Deje su casco aquí y con esta orden recoja uno nuevo en la planta de producción Brisapol. Es todo, compañero, y que siga bien. Adiós.
Bill suspiró profundamente. El psicoexaminador sonrió con mayor amplitud.
—¡Adiós y gracias, compañero!
Pronto estaba volando de nuevo. “¡Frida habría de estar impaciente!”.