Yo nunca he leído Rayuela. A finales de 2024 lo intenté; compré un ejemplar en el Museo del Libro Venezolano en Las Mercedes. No estaba en las mejores condiciones, y la librera lo advirtió. Aun así, me dije que no podía tener tan poca suerte como para que se me deshiciera entre las manos. La suerte diría lo contrario unas tres semanas después, cerca de la página 40.
Quise intentarlo nuevamente con el autor después del suceso, pues la referencia de Cortázar ha estado más presente en mi vida desde hace unos meses. Eso fue motivo suficiente para ir a Alejandría (la librería, no la biblioteca) a comprar uno de los tantos ejemplares de sus clases de literatura en la Universidad de Berkeley entre octubre y noviembre de 1980. A modo de celebrar el Día del Escritor, sentía que adquirir un libro de ese estilo era apropiado.
La primera y más importante referencia que recuerdo de este libro la tuve en 2024. Una persona me comentó su experiencia leyendo unas pocas páginas en su cumpleaños de ese año. Le había volado la cabeza, y creo que ese fue el punto donde incluyó a Cortázar en su selecto grupo de autores latinoamericanos preferidos. Con este precedente, decidí sumergirme.
«Páginas que no fueron escritas sino habladas»
Por lo general, las personas no hablamos como redactamos. Escribimos desde la pausa, en un tiempo y espacio detenidos donde cada uno conjura las fuerzas a mano para crear y expresar unas palabras sobre el medio al alcance (celular, laptop, libreta, cuaderno o servilleta). Muchas veces, casi siempre, se puede meditar lo que se escribirá y sus efectos, de manera que no salga muy desordenado y haga algún sentido, no necesariamente el que uno quiera.
En cambio, el habla es más improvisada y al paso. Las palabras emergen a medida que las situaciones lo exigen, generalmente sin mucho margen para ensayar el contenido ni la manera de transmitirlo. Lo dicho sale como pan caliente, pudiendo quemar en ocasiones si el panadero no tiene el suficiente cuidado.
A lo largo de las páginas de este libro, uno como lector se da cuenta del origen de las palabras. Las expresiones, longitudes y retrocesos delatan a un Cortázar que hilvana ideas y comparte saberes frente a un auditorio, lejos de la situación habitual que muchas personas asociamos al oficio del escritor. Lo vemos en plena acción, no como cuentista ni novelista, sino como profesor invitado.
Aun así, qué esté fuera de su situación natural no significa que esté incómodo. El hombre habla con frescura y elocuencia, sin llenarse de tecnicismos ni complejidades que lo compliquen mientras se da a entender con los alumnos, pues no busca impresionar ni demostrar su dominio del tema. Solo quiere conversar, pasar un rato agradable sin academicismos.
El otro día, cuando nos despedimos en la última charla, les anuncié ya que esto de hoy no sabía qué iba a hacer, pero una clase en todo caso no. Creo que es una gran reunión de amigos en la que todavía durante una hora y media vamos a poder hablar sin demasiado método de algunas cosas que quizá se nos quedaron un poco colgadas en el camino (p. 249 -250).
Lo que encontramos en los distintos capítulos (o clases) son una transcripción muy fiel de lo que Cortázar dijo en su momento. En el prólogo, Carlos Álvarez Arriaga, responsable de la edición, revela que su trabajo consistió básicamente en suprimir muletillas y modificar el orden de algunas frases. Fuera de eso, y sin contar los instantes que la calidad de grabación deja a deber, lo leído es lo que fue. No se usaron sinónimos ni se agregó palabra alguna que el autor no hubiera dicho en sus clases. No era necesario.
La esfericidad del cuento
Aunque sea Cortázar, Julio muestra su humildad intelectual al reconocer que él no puede dar definiciones absolutas sobre los objetos, ni siquiera uno como el cuento, breve en su extensión, pero infinito en contenido. Por eso, invita a sus alumnos (y a nosotros en el medio) a comprender estas narrativas por fragmentos, mediante aproximaciones que permitan asimilar la inmensidad en pequeños bocados.
Luego de un repaso histórico «a vuelo de pájaro», pasando de la Antigüedad a su presente en unos instantes, Cortázar introduce la diversidad temática del cuento moderno, diciendo que puede desarrollar temas psicológicos, realistas, costumbristas, entre otros. Agrega también que el formato se abre para presentar historias que beban de un enfoque realista hasta aquellas que añaden elementos fantásticos y presenten un mundo distinto al suspender las nociones, leyes y conceptos que rigen el que vivimos.
Sin embargo, el autor reconoce que centrar los esfuerzos sobre el tema no ayudará mucho a comprender lo únicas que son estas narraciones. En cambio, señala a la estructura como un elemento que nos acercará mucho más a comprender su carácter distintivo. La razón de esto es que, para él, la estructura típica del cuento se nos presenta como un «orden cerrado», una obra que se cierra sobre sí misma y no se extiende más allá de su límite, pero cuyo contenido transmite inquietudes y senderos por recorrer.
Para ilustrar más su punto, Cortázar presenta al auditorio una comparación entre el cuento y la esfera, que considera la forma geométrica más perfecta que existe en cuanto ella se cierra sobre sí por completo, sin dejar líneas de fuga ni continuidades que le escapen.
Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse (p. 30).
Humor, música y literatura
La quinta clases del libro, titulada «musicalidad y humor en la literatura», nos presenta una sesión centrada en dos tópicos que, de antemano, Cortázar nos confiesa que entiende mejor desde la práctica que como teoría. No tiene una manera rigurosa para caracterizar ambos aspectos en lo literario porque declara que, al intentar aterrizarlos y objetivarlos, se escapa de sus alcances, prefiriendo dejarlos en manos de la intuición.
Sobre lo musical, Cortázar empieza por aclarar que no tratará la música como tema literario, ni tampoco la búsqueda de un sonido musical en el texto a través de distintos recursos que cita el escritor invitador: aliteraciones, repeticiones de vocales o rimas internas. Lo que él quiere hacer llegar a los alumnos es cómo una determinada ordenación de las palabras, una cierta «arquitectura sintáctica», junto con otros elementos, producen un efecto especial que el lector reconocerá desde su profundidad.
Estoy hablando de una prosa en la que se mezclan y se funden una serie de latencias, de pulsaciones que no vienen casi nunca de la razón y que hacen que un escritor organice su discurso y su sintaxis de manera tal que, además de transmitir el mensaje que la prosa le permite, transmite junto con eso una serie de atmósferas, aureolas, un contenido que nada tiene que ver con el mensaje mismo pero que lo enriquece, lo amplifica y muchas veces lo profundiza (p. 151).
Este abordaje de lo literario, confesó el argentino, lo hizo entrar en situaciones algo penosas —pero cómicas— con el gremio de los correctores de estilo. En la clase, recordó la vez que uno le dio retroalimentación sobre su más reciente libro de cuentos y donde, en una página, el corrector agregó 37 comas («¡en una sola página!»). Cortázar respondió devolviendo la misma página, pero sin las 37 comas agregadas, y con varias flechas que salían hacia todas direcciones y que hizo a Cortázar ver dicha página de pruebas como uno de «esos pictogramas, donde los indios describen una batalla y hay flechas por todos lados» (p. 152).
Cortázar también evita dar una definición de diccionario para el humor. En vez de eso, y como hizo hablando del cuento y del estilo musical en lo literario, él opta por rodear el aspecto y explorar las distintas impresiones y sensaciones que le deja. Es lo que hace, por ejemplo, cuando hace la distinción entre la comicidad y el humor, donde afirma que el primero se ciñe a unos límites de tiempo y espacio bien definidos y no trasciende más allá de ellos («son sistemas de circuito cerrado, muy breves»).
Durante sus clases en Berkeley, Cortázar entiende el humor como un recurso que le quita a los objetos y situaciones un cierto misticismo, importancia, gravedad o autoridad para llevarlos a tierra, a un nivel más profano y accesible donde adquieren otra posición y situación. Como ocurre con el cuento, tiene la capacidad de proyectar algo fuera de sí y que supera las fronteras del objeto donde dice presente. Así como con lo musical, en las muestras del verdadero humor en la literatura hay un aspecto inexpresable e indefinible, pero que está allí y uno como lector o escritor lo reconoce.
El mecanismo del humor funciona un poco así: echa abajo valores y categorías usuales, las da vuelta, las muestra del otro lado y bruscamente puede hacer saltar cosas que en la costumbre, en el hábito, en la aceptación cotidiana, no veíamos o veíamos menos bien (p. 159 – 160).
Para ilustrar este punto con la práctica, Cortázar compartió tres textos suyos con el auditorio y que, de distintas maneras, presentan al humor como un recurso clave en su composición. Estos son:
- Instrucciones para subir una escalera.
- Las buenas inversiones
- Grave problema argentino: querido amigo, estimado, o el nombre a secas.
Mística escritural
Así como tendió a suceder en las entrevistas, las clases en Berkeley fueron una oportunidad para Cortázar de dar luces sobre su manera de escribir y, principalmente, de sentir la literatura. A lo largo de las sesiones, el nacido en Bélgica compartió sus intereses, observaciones y manías al momento de escribir su propia obra, sea cuento o novela. No obstante, las clases nos permiten también conocer la mirada de Cortázar sobre el lugar que podía cumplir la literatura en un momento de convulsión y conflicto como el que pasaba América Latina durante las décadas medias del siglo pasado.
Comenzando la primera clase, convenientemente titulada «Los caminos de un escritor», vemos algo de esto en la manera en que, ya estando hacia el final de su vida, Cortázar tiene la oportunidad de segmentar su carrera como escritor en tres etapas específicas: estética, metafísica e histórica. Como él declara, tiene la posibilidad de hacer esta división después de varios años de actividad literaria, de libros publicados y críticas recibidas, desarrollando la perspectiva suficiente para ver hacia atrás, entender y comunicar las diferencias dentro de su propio trabajo.
Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país (p. 24).
La razón de este momento autobiográfico es que, para el autor, la manera en que su carrera literaria pasó de una etapa a otra ocurrió en un momento donde, desde su perspectiva, la literatura latinoamericana pasaba por un proceso similar, siendo su propia carrera un signo de ello en la medida en que los distintos conflictos que azotaban América Latina a mediados del siglo pasado lo llevaron a él, así como a otros escritores, a generar una literatura más involucrada en «los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto» (p. 24).
Más adelante encontramos otro momento de introspección. Volviendo a la quinta clase, «musicalidad y humor en la literatura», Cortázar describe un poco ese momento casi sobrenatural donde el destino y las musas le sonríen al autor y le entregan la idea correcta, el diálogo preciso o la historia perfecta que constituirán su obra.
[… ] mi obediencia a una especie de pulsación, a una especie de latido que hay mientras escribo y que hace que las frases me lleguen como dentro de un balanceo, dentro de un movimiento absolutamente implacable contra el cual no puedo hacer nada: tengo que dejarlo salir así porque justamente es así que estoy acercándome a lo que quería decir y es la única manera en que puedo decirlo (p. 152).
«Un diálogo, un contacto»
Así como hizo en su obra más famosa, el argentino vuelve a buscar la complicidad, esta vez completamente en vivo. Desafiando la verticalidad tradicional entre profesor y alumnos, el escritor busca un acercamiento más horizontal que le permita al público sentirse cómodo y en completa libertad para compartir interrogantes y comentarios, generando una dinámica conjunta donde radica el verdadero aprendizaje.
Si bien las clases empiezan con una reflexión de su parte sobre un tema o temas concretos, los estudiantes presentan asuntos desde su lado y que movilizan la curiosidad del escritor. Imaginemos que ellos van tomando apuntes a medida que el novelista analiza, deshace, integra y complementa. Los estudiantes cuchichean entre ellos, generan y debaten hipótesis, teorías, y cuando llega el momento, comparten sus dudas y observaciones con el autor, y es por medio de sus intervenciones que Cortázar puede seguir construyendo las clases, sea continuando y ampliando el tema propuesto desde el comienzo, o ramificándolo. Veamos el siguiente intercambio de la cuarta clase, titulada «El cuento fantástico II: la fatalidad»:
Alumna: ¿Para usted la imaginación, la fantasía, juega un papel más importante que la realidad en su producción literaria?
JC: No sé si se puede hablar del papel que juega; lo que creo, y traté de decirlo alguna vez, es que desde que comencé a escribir — e incluso desde mucho antes— siempre me fue difícil distinguir entre lo que mi inteligencia racional ve de la realidad y lo que mi propia fantasía le pone por encima o por debajo y que la transforma. No puedo hacer una distinción demasiado clara entre fantasía y realidad; salvo, claro está, cuando salgo de la literatura: cuando pienso en el destino actual de un país como el mío, por ejemplo, ahí no me queda límite para ninguna fantasía (p. 102).
Se da también otro orden de preguntas que, en vez de explorar aspectos que Cortázar mencionó previamente, buscan impulsar al autor a desentrañar parte de sus referencias e influencias en su propia obra. La oportunidad era muy buena para perderla, no todos los días tienes en frente a uno de los principales referentes de la literatura latinoamericana del siglo XX. Volvemos a la clase #5 para ilustrar esto:
Alumna: Habló de la música y del humor juntos, y me gustaría saber qué influencia hay de Boris Vian en su escritura.
JC: Hoy es el día de las muy buenas preguntas, para mí por lo menos. Me preguntan por Ramón y ahora me preguntan por otro escritor a quien quiero mucho, Boris Vian. Contesto directamente: No creo que se pueda hablar de influencia; cuando comencé a leer a Boris Vian creo que estaba viendo mi camino de una manera lo suficientemente clara como para que se pueda hablar de influencias, pero en cambio sí creo que hay muchas analogías y si hay algo que lamento es que el azar no me haya hecho encontrar con él (p. 177).
A medida que pasan las sesiones, uno como lector se da cuenta de cómo se construye la confianza entre ellos con el argentino. Hay instancias de tuteo y humor que dan cuenta de un ambiente flexible y ligero donde los involucrados, dentro de lo que cabe, se sienten y perciben en un mismo nivel de diálogo. Esta pregunta de la clase final, «Erotismo y literatura», lo demuestra bastante bien:
Alumna: Una pregunta un poco trivial pero usted es bastante alto para ser un argentino y me gustaría saber de qué parte eran antepasados.
JC: No me sospechaba que este último día en vez de estar aquí con ustedes iba a estar en el consultorio del médico, que lo primero que hace es medirle a uno y preguntarle cuánto pesa. Bueno, te contesto, sí: En mi familia hay un gran porcentaje de gente muy alta; a mi abuelo no lo conocí pero sé que era muy alto, a mi padre lo vi — yo tenía seis años cuando él se fue de mi casa— y era un hombre que medía un poco menos que yo pero tenía un metro ochenta y cinco o por ahí, era muy alto, muy bello hombre. De modo que lo que se hereda no se hurta (p. 268).
***
El Cortázar que encontramos a lo largo de estas páginas es un autor con una amplia trayectoria y consolidado como referente de la literatura de la región. Un escritor que desentraña y comparte su manera de ver su propia obra literaria y la de sus colegas; un literato que invoca autores, movimientos y obras para ubicar los temas e intereses determinantes de la conversación, pero siendo lo suficientemente plural para generar espacios conjuntos con los alumnos y construir un proceso donde los unos aprenden del otro y viceversa.
Habiendo sido editado después de su muerte, estas clases de literatura se sienten como uno de los últimos regalos del autor; estas palabras dichas en un tiempo y espacio lejanos se convirtieron en un eco de ultratumba que nos llega décadas después, pero sin perder ni un ápice de la fuerza, elocuencia e impacto de aquello que caracterizó a Cortázar durante su vida. Es aquí donde encontramos una de las tantas cosas que vuelven a este libro una pieza esencial para comprender la manera de pensar, decir y sentir del escritor.
Quiero decirles que les agradezco profundamente la fidelidad y la atención con que han seguido esto que no era un curso, que era algo más creo yo: un diálogo, un contacto. Creo que somos todos muy amigos. Yo los quiero mucho y les doy las gracias. Y ahora sí, ahora ya (p. 275).
Bibliografía
Cortázar, Julio. Julio Cortázar. Clases de literatura: Berkeley, 1980. Buenos Aires: Alfaguara, 2013.