…juego desparramado por todo Lara, acompañado por una constelación de misterios, secretos y recovecos que lo enlazan con el cocuy de penca, con la pelea de gallos, con las propiedades feéricas del chimó, con María Lionza, con los toros coleados, con los diablos de Yare, con el juego de bola, con la laja de la sapoara, con las hierbas que curan, con Florentino y el diablo y con todo eso que es en verdad el alma de lo nacional, Venezuela, el fascinante equilibrio entre la realidad y el mito.
Eduardo Sanoja [1]
La intelectualidad venezolana de principios del siglo XX fue en gran medida la artífice de la representación simbólica de la Nación venezolana. Fueron la literatura, a través de las voces de sus personajes novelados y los poemas con sus canciones, dos grandes afluentes de aquello que Maurice Belrose en La época del modernismo en Venezuela (1999) llama el “alma de Venezuela”. Belrose define esa alma como el carácter intrínseco de la sociedad venezolana que trasciende el origen étnico mestizo, la comunidad territorial, idiomática y tradicional, para identificarla, citando a Joseph Staline como una “comunidad estable, históricamente constituida, de lengua, territorio, vida económica y formación psíquica, que se refleja en la comunidad de cultura”. (p. 9).
En esta idea almada de nación, que empieza a configurarse a principios del siglo XX, pugnan dos visiones enfrentadas: una, definida por la perspectiva intelectual de una élite interesada en constituir históricamente, como relato, el conglomerado cultural del estado; y otra, la pulsión creativa y vital de una cultura popular que se rige por la consecución de su propia naturaleza a través de sus haceres. Esta dicotomía se mantuvo incluso bien avanzado el siglo, no en vano, ya a finales del siglo XX, el poeta Aquiles Nazoa denuncia, en las estrofas de uno de sus poemas, que:
Los que del folklore se ocupan
(Nazoa, Humor y amor, pp. 223-225)
y “el alma criolla” interpretan
de explicar se han olvidado
el porqué de esa tendencia
que priva nuestros corríos
o mejor dicho, en sus letras,
a exhibir al que los canta,
por buen carácter que tenga,
como un tipo que no vive
sino buscando pelea.
Partiendo de esta sátira crítica, valdría entonces preguntarse qué rasgos particulares de esa “alma criolla” se han perdido en el camino de su propia formación y qué sujetos históricos –con sus saberes y corporalidades– hemos olvidado a lo largo de nuestra propia historia, o qué otros hemos salvado en el proceso. Existe también una dicotomía entre esa “alma de Venezuela”, plantea por Belrose como comunidad históricamente constituida, y aquella alma criolla que, como refiere Nazoa, se constituye principalmente de haceres, carácter y vida. Entendemos que con el término “alma de Venezuela” Belrose refiere a una visión que pretende la formación del relato del Estado-Nación; y, por el contrario, con el término “alma criolla” entendemos con Nazoa, aquello que refiere al sustrato mismo de ese Estado: la población y el papel de lo que él mismo llamará los “poderes creadores del pueblo”, que son, en gran medida, los factores determinantes de su idiosincrasia.
En el caso específico del juego de garrote venezolano y su papel como componente de esa ya constituida alma venezolana (Belrose), existen a lo sumo dos lecturas posibles acerca del destino de esta manifestación, y de cómo esa construcción del alma de lo nacional ha condicionado su arraigo en la cultura, en el imaginario y hasta determinado su permanencia en el territorio. Por una parte, como menciona el historiador, investigador y maestro del Juego, Jesús Ramos, en su artículo “El juego de garrote, esgrima venezolana desconocida por la historiografía” (2020), el garrote, como arma y método de lucha ha sufrido de una exclusión casi absoluta de la historiografía venezolana. Esto, suponemos, por el sucesivo proceso de conformación de la república que, luego de grandes hitos como la Guerra de Independencia y la Guerra Federal, empieza un intento de modernización “según las normas elaboradas por el capitalismo en Europa y Estados Unidos” (Belrose, p. 10). Es precisamente en este proceso de modernización a la usanza europea y posteriormente norteamericana que el papel del juego de garrote, entre muchas otras expresiones populares de lo nacional, se ve menospreciado como componente vital de aquella “alma venezolana”.
Por otra parte, al ser la violencia y la guerra factores determinantes en los procesos políticos venezolanos del siglo XIX y XX en sus distintas expresiones bélicas específicas (guerras, enfrentamientos, escaramuzas, guerrilla), y el juego de garrote, especialmente durante el silgo XIX, protagonista de estos procesos en la figura del pueblo combatiente, su participación en los distintos conflictos armados – como arma predilecta y arte defensiva- hará del jugador de armas como el garrote, el machete y el cuchillo (atributos de todo jugador defenso [2]) una especie de sujeto mítico que, en oposición a su arbitraria desaparición de los grandes relatos históricos y de la historiografía, encuentra un arraigo particular en la literatura y en la cultura popular del siglo XX.
Como sabemos, la guerra aunque gran catalizadora del nacimiento de la república, contribuyó también a la consecución de cierto desorden y anarquía política que termina por acomodar a la oligarquía criolla en sus gobiernos, siempre centralistas y en gran medida autoritarios. Es esa oligarquía la que define los parámetros de la nación que busca imponerse a partir del siglo XX. Sin embargo, afirma Belrose (p. 10), esa oligarquía venezolana del siglo XIX, germen de la élite del XX, dista de ser una clase social homogénea, por consecuencia, dentro de sus múltiples idearios e intereses se alza una burguesía que busca tomar el poder y aspira europeizarse, pero, sobre todo, asume una configuración de la nación venezolana a su propia imagen y semejanza. Es decir, aspira determinar a su conveniencia los valores sobre los que se erigirán para el futuro las virtudes del “alma venezolana”.
Ese proyecto nacional burgués destaca entre sus “logros” la abolición legal de la esclavitud y un posterior, y muy conveniente, culto a Bolívar. Esto último no solo como un aspecto unificador del imaginario heroico, histórico y social venezolano, sino como principal motivo de unidad nacional con que dictaminarán una unidireccionalidad en la lectura de las luchas independentistas y su posteriores narrativas; cuyo foco se centra en las personalidades de los héroes, sus luces, y en las figuraciones propias del caudillo [3], más no en el conglomerado de hombres y mujeres que hicieron posible las victorias necesarias con sus cuerpos y saberes.
Pero, ¿cómo afectan estos valores, con los que se pretende configurar esa alma de lo nacional, a la noción histórica y cultural del jugador de garrote que tendrá la intelectualidad y la cultura a partir del siglo XX? Y ¿cómo afectan a la propia noción del alma venezolana, o en su defecto, a la de aquella alma criolla? Pues, si nos enfocamos en los “logros” antes mencionados, notamos que no bastó con la abolición legal de la esclavitud para redimir una deuda histórica contraída con el pueblo criollo, afro e indígena que dejó la vida en un sin número de batallas. Por el contrario, ya desde finales del siglo XIX se hizo cada vez más grande la deuda en cuanto a la tenencia de las tierras, por ejemplo, con aquellos a quienes se les fue prometida. Deuda que, según Orlando Araujo en Venezuela violenta, sigue siendo el problema de fondo en los conflictos armados de la segunda mitad del siglo pasado.
Esta “libertad” no consolidó, y mucho menos visibilizó, o no en el discurso historicista de finales del XIX y principios del XX, el importantísimo papel de los saberes de dichas comunidades; así, aquella deuda histórica, que adquiere ahora rasgos también simbólicos, produjo una discriminación progresiva por parte de las clases dominantes de todo aquello que rememorase al sujeto de aquella deuda, entre ellos el garrotero en calidad de soldado (siglo XIX), campesino u obrero (siglo XX), hasta invisibilizarlo. Con el pasar del tiempo la figura del pendenciero jugador de garrote, o los guapos comecandelas (Nazoa, 1981), sirvieron como representaciones de lo bárbaro en relatos de tinte positivista del siglo XX (pensemos en el Gallegos (1984) de “El crepúsculo del diablo”, quien coloca al garrote encabullado en manos del diablo y de “pandillas de negritos”) debido a su condición de estandartes de la ruralidad venezolana, contraria al progreso.
Sin embargo, no es esta la única interpretación del jugador, pues a la vez su alto arraigo en la cultura popular hizo de él un personaje recurrente en obras de carácter más reivindicativo, en las páginas de autores como Aquiles Nazoa, por ejemplo, con sus menciones al juego y al garrote como arma en el contexto de la fiesta o el baile. También en las páginas de Andrés Eloy Blanco, que aunque no hace referencia directa al garrote como arma, o al jugador, retrata en su “Juan Bimba” todo el perfil de clase del pueblo venezolano otrora aguerrido, víctima del desencantado y el desarraigo. Además de autores como Mariano Picón Salas, José Rafael Pocaterra, y el mucho más actual José Manuel Briceño Guerrero, quien en su novela El Garrote y la Máscara expone el carácter filosófico del juego de garrote y alegoriza su contexto cultural con magistral precisión.
En cuanto al garrote como arma, se puede corroborar evidencia en cierta documentación oficial del uso de garrote y el bastón como armas durante el siglo XIX, como, por ejemplo, la que refiere Jesús Ramos (2020) en la Gaceta de Caracas del 22 de junio de 1810, donde se evidencia al juego de garrote como atributo de principalmente en las personas de dos esclavos. Igualmente, en el Capítulo 6 De la Seguridad Pública de la Diputación Provincial de Barquisimeto. Ordenanzas, Resoluciones Decretos/ y Comunicaciones (1833-1857) que en su artículo 32 considera: “Se prohíbe el uso de toda arma oculta, o alevosa, para evitar sus funestos efectos, y así mismo los garrotes en poblado como en el campo en reunión”. Como vemos en plena mitad del XIX, el garrote es sinónimo de alevosía e injuria, y su porte es penado por la ley.
Podríamos considerar también que no solo existió una exclusión o un desprecio por el garrote como arma u objeto de porte en el ideario nacional, lo que probablemente hizo a la transmisión de su saber en cierto grado clandestina. También suponemos que, con el triunfo de los rasgos europeizantes en el seno del alma nacional, el aura del garrote sufrió una transformación simbólica importante, y su técnica pasó de ser un baluarte de la cultura a una especie de práctica subalterna.
Creemos que la imagen del jugador garrote, a pesar de ser una figura casi mítica venezolana, fue finalmente interpretada como arquetipo opuesto al progreso por la clase intelectual dominante venezolana de principios del siglo XX que logró, en cierta medida, re-semantizar e incluso transfigurar a su favor su ideario, pues el garrote pasó de ser un objeto útil, símbolo de destreza, o arma; a un objeto estético, el bastón, casi accesorio para el hombre de la ciudad. Y su método, ahora marginado a un pasado rural, desapareció progresiva y casi completamente del imaginario del alma venezolana y su relato de Estado, aunque permanece arraigado de forma discreta y potente en la memoria profunda del venezolano.
Sin embargo, el alma criolla resiste con el juego de garrote que se enseña de tú a tú en poblaciones como La Piedad, en el estado Lara. Y a pesar de todo lo que podamos decir o pensar, como una vez dijo el maestro Danni Burgos, este “no necesita, ni ha necesitado ser rescatado por nadie”.
Pie de páginas:
[1] Tomado de https://vimeo.com/37994059
[2] Según el investgador Argimiro González en Enciclopedia Autodidáctica de El juego de garrote (Tomo III), «defenso» (a) es aquella persona o jugador que domina las técnicas de la defensa personal con palos o desarmado. P. 338.
[3] La figura del caudillo, en contraste a la figura del héroe mitificado, goza de una presencia con arraigo distinto en el imaginario popular. Podríamos rastrear su origen en la figura del héroe, es decir, el héroe luego de la guerra deviene en caudillo. Sin embargo, el caudillo también cuenta con un posible origen más popular en la figura de aquella persona que, por oficio y sabiduría particular goza de cierto reconocimiento por parte de una comunidad. Conocimiento que termina por convertirlo en una especie de autoridad regional, incluso a veces enfrentada a la autoridad del estado que atenta con el progreso, la unificación o la paz de las repúblicas desde el punto de vista de las clases dirigentes.
Referencias bibliográficas:
Nazoa, A. (1981). Humor y Amor. Caracas.
Belrose, M. (1999) La época del modernismo en Venezuela. Caracas: Monte Ávila Editores.
Gallegos, R. (1984). “El crepúsculo del diablo” en Meneses, G. (1984). Antología del cuento Venezolano. Caracas: Monte Ávila Editores.
González, A (2008) Enciclopedia Autodidáctica de El juego de garrote (Tomo III). https://eljuegodegarrotetocuyano.files.wordpress.com/2014/05/enciclopedia-el-juego-de-garrote-vol-iii.pdf
García de la Concha, J. (1962). Reminiscencias. Vida y costumbres de la vieja Caracas. Caracas: Editorial Grafos C.A.
Ramos, J. (2020) “El Juego de Garrote: esgrima venezolana desconocida por la historiografía”.
Excelente artículo, gracias. Muy bueno
excelente felicidades
Felicidades por este excelente artículo que goza del carácter investigativo y a su vez, de belleza en la redacción.