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El camino del agua, un auténtico don de sí

Lenin Brea Por Lenin Brea
2 septiembre, 2025
en Literatura, Poesía
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En días recientes se público El camino del agua de María Angélica Hernández Mardones. La editorial newyorkina Five Points Publishing, fue la encargada de materializar el proyecto y el resultado es una mezcla inusitada de ternura, desgarramiento y pervivencia que no tiene perdida.  Aquí la presentación del libro:

***

Un auténtico don de sí

¿Qué hacer con la muerte del ser amado? La respuesta de María Angélica Hernández Mardones en El camino del agua es dar, darse a sí y a los otros, mediante la escritura y el canto; es escribir la congoja, la agonía, la angustia mutua, pues la muerte del ser amado es inevitablemente la propia muerte; es cantar el agradecimiento y la admiración a quien dio cobijo, nutrición, amor, sabiduría; es celebrar la memoria, la enseñanza, el legado, porque incluso muriendo se enseña, se cuida y se da.

En la actualidad, ¿quién se atreve a compartir “su pena” y más cuando se trata de la muerte, y aun, de la pérdida del ser querido, y de la madre? ¿Es acaso todavía posible compartir genuinamente, darse a los otros en el relato de una experiencia dolorosa y decisiva? 

La actitud de la sociedad contemporánea ante la muerte y todo lo que está vinculado a ella parece haber profundizado de formas inauditas el rechazo y negación que caracterizó al talante moderno, tal como la describió el historiador Philippe Ariès en su estudio ya clásico: El hombre ante la muerte (2011). 

Según Ariès, la actitud moderna-occidental ante la muerte es resultado de un proceso de “inversión” de la actitud tradicional, clásica o romántica, que resulta en su interdicción en el discurso y en la vida cotidiana. Así, la muerte es confinada a espacios circunscritos y alejados, mediante la medicalización y la hospitalización. Como acontecimiento, se le despoja de toda solemnidad y estatus público, colectivo o ritual. Además, supone “desposeer” al agonizante –que vendría a ser tratado antes como un objeto que como un sujeto– y el desprecio del duelo, por lo cual, afirma el autor, asistimos a la desaparición de la vivencia de la muerte o, cuando menos, a su confinamiento radical al ámbito íntimo o privado. 

En su Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca (2001), Jean Allouch agrega: 

No hay ya muerte en el nivel del grupo, la muerte de cada uno ya no es un hecho social. No tiene prácticamente nada público […] ya no hay ningún signo de la muerte en las ciudades, ni telas negras sobre las casas, ni crespones en los sacos, ni cortejos fúnebres […] La ausencia de la muerte en el grupo se manifiesta también de una manera particularmente nítida en el hecho de que el enlutado que se presente como tal en sociedad se vuelve un paria, incluso un enfermo. (P. 146)

Sobrepasando estos desarrollos, la cultura posmoderna parece definir una nueva actitud en la que la muerte es omnipresente, pero solo como espectáculo y mercancía. Todos los días nos enteramos de que mueren tantos aquí y tantos allá por las guerras, la enfermedad, la pobreza, o de que fallece plácidamente la reina de alguna parte, o de que un accidente quita la vida a un influyente X y de que otro encuentra consuelo en los brazos de un tercero tras una trágica pérdida. En especial, en los productos ficcionales de la industria cultural y del marketing se muere a montones y hasta gratuitamente; así, la muerte es omnipresente, compartimos a diario su ocurrencia espectacular y por tanto ajena.

Pero la cultura posmoderna también ofrece los más variados filtros tecnológicos para contrarrestar los efectos de lo nefasto, que están a disposición de cualquiera que pueda pagarlos:

Transformación en Diamantes-Diamantización. El razonamiento más lógico al tratar de encontrar relación entre un diamante y un ser humano es que ambos contenemos un mismo elemento: el carbono. La tarea que se ha dado en resolver Algordanza, con el más alto nivel de ética y respeto en cada parte del proceso, es el purificar y obtener dicho carbono de las cenizas de nuestros seres queridos para después hacer lo que la naturaleza tarda millones de años y formar un diamante de calidad SI o superior. El proceso estudiado y analizado por nuestros científicos desde hace 20 años consta de 7 patentes internacionales y consiste básicamente en la obtención de carbono puro de las cenizas de nuestros seres queridos dando como resultado la esencia de quien amamos; así se podrá obtener y pulir una hermosa y única joya que es para siempre… un Diamante Azul esencia de nuestro ser querido. ALGORDANZA LE PERMITE TRANSFORMAR EL RECUERDO DE UN SER AMADO EN UN SíMBOLO DE AMOR CUAL MÁS ETERNO, YA QUE EL CONTACTO, LA BELLEZA Y LA LUZ QUE TRASNMITE UN DIAMANTE JAMÁS PUEDEN SER ENCONTRADAS EN UNA URNA O UN CEMENTERIO. (Citado en: Sladogna, 2006) 

En contraposición a esta actitud, El camino del agua retoma el clásico espíritu elegíaco que se ha potenciado a lo largo del devenir común de la humanidad y que ha tenido especial relevancia en las letras hispanas y latinoamericanas. El poema que lo recorre puede inscribirse en la tradición de autores como José Agustín Goytisolo (“Noches blancas” y El retorno), Rainer María Rilke (Elegías de Duino), Federico García Lorca (Llanto por Ignacio Sánchez Mejía), Sor Juana Inés de la Cruz (“Detente, sombra de mi bien esquivo”), César Vallejo (“Heraldos Negros” y “España, aparta de mí este cáliz”), Luisa Pérez de Zambrana (La vuelta al bosque), y María Josefa Mejía (La ciega).

Si El camino del agua puede clasificarse como una elegía, dada su forma lírica y su estructura basada en un itinerario no lineal que se mueve entre la reflexión sobre la muerte, el lamento por lo perdido, la conmemoración de lo amado y el consuelo ante lo inevitable, resulta inesperado que este movimiento dé paso a la celebración del amor, la vida, la feminidad y la maternidad.

En la antigüedad la palabra elegía (del griego élegos, que significa “llanto”) se usaba para nombrar el canto fúnebre, que tenía una función social y ritual antes que artística: enmarcaba el acontecimiento nefasto en el espacio público y en el ámbito religioso, templando el desgarro causado por la muerte, inscribiendo el acontecimiento en la estructura simbólica a través de la práctica ritual. Ligado al llanto de las plañideras, el canto fúnebre servía a la catarsis común, aliviaba el pesar de la pérdida individual y colectiva de uno de los miembros de la comunidad, y era un momento crucial en la asimilación del acontecer nefasto en el ciclo de la vida.   

Con el pasar del tiempo, la elegía ganó autonomía del espacio ritual y público para desenvolverse en los ámbitos estético-poético y reflexivo-filosófico. Este proceso corre paralelo al de desacralización de la muerte y al cambio de actitudes frente a ella, en especial en cuanto a la manifestación pública del dolor que esta puede causar. El camino del agua, como muchas de las obras mencionadas, resalta porque asume el aspecto elegíaco ritual-espiritual clásico, porque realiza el deseo de comunicar a los otros la propia experiencia de la pérdida en lo que esta tiene de común, a partir de lo singular y propio. 

El camino del agua confluye con el espíritu elegíaco en el punto donde la fuerza que empuja el fluir de los versos es, en última instancia, el amor y no el sufrimiento. Una elegía auténtica es siempre el derrame de una adoración buscando su curso, un torrente de ternura que no tiene dónde verterse, no es pozo seco, sino afecto, pasión desbordada: “El agua va contigo en desarraigo”, a la búsqueda de su cauce: 

No sé si es desvarío la orfandad de tu perfume
cruzando los recodos
o la voluntad del agua que lo impulsa.

El poemario tiene algo de memoria de duelo por su cualidad “autorreferencial” o “autobiográfica”, y en especial porque canta mediante imágenes tanto el fallecimiento del ser amado como la experiencia asumida con gratitud, denuedo de compañía y cuidado durante el trance final. Maravilla el tratamiento de la experiencia vivida, porque oscila entre su dimensión íntima y éxtima, es decir, el ser querido y perdido se reconoce más allá de la interioridad, y bosqueja aquello indecible y común a la existencia humana en un contexto que no descuida la historicidad. 

Así, lo desconocido e impensable de la muerte aparece como una experiencia común, como aquello que nos concierne en tanto seres mortales. Es imposible leer El camino del agua sin conmoverse en lo profundo, sin reconocerse como un ser finito en la muerte del otro y en el dolor e impotencia de los otros ante lo inevitable. 

Pero en El camino del agua la escritura poética es también un ejercicio ritual y espiritual que supera la rememoración dolorosa de lo perdido, para dar paso a la recuperación de lo vivido bajo la forma de un legado que vitaliza el presente y abre a la posibilidad un futuro de gozo. 

Dicho de otro modo, el libro despliega un ejercicio estético-espiritual que partiendo del lamento se transforma en descubrimiento de la memoria como fuente de inmortalidad y vida, transmutando lo perdido en una potencia protectora. La elaboración poética rescata para la vida aquello que de otro modo acabaría por hacerla sucumbir bajo el peso de la ausencia, y de este modo resta influencia nefasta a la muerte.

Bajo el empuje del dolor, la lírica se desborda en un movimiento particular: partiendo desde un final que se reclama absoluto, la muerte, recupera la imagen del ser querido para constituir una comunidad de origen, devenir y destino capaz de sobreponerse al contingente acontecer humano en lo que tiene de inevitablemente doloroso; por tanto, es posible inscribirlo en una “autotanatografía” que apuesta por una forma plena de pervivencia. 

Al rendir homenaje a su madre, la autora logra que el lector sienta el ímpetu de la vida, la fuerza y empuje de su legado; quiere compartir su agradecimiento a quien en un lazo de sororidad incondicional contribuyó de forma indeleble en su devenir mujer.  

El camino del agua expresa este devenir como uno y diferente, común a madre e hija en tanto formativo, y singular a cada una en lo que hay de irreductible en la individualidad; pero sobre todo expresa la fuerza y el empuje que sostiene y nutre este llegar a ser a través del amor, la creación y el cuidado, incluso más allá de la muerte.  De este modo, el ciclo del agua no solo es una metáfora de continuidad, persistencia y renovación que engloba las transformaciones de la vida en un movimiento continuo y eterno, lo es también de exuberancia, copiosidad, plétora, potencia desbordada. En efecto, este ciclo se da gratuitamente, y en su darse arrastra no sin peligros el movimiento de la vida.  

Porque El camino del agua está llevado por esta fuerza, puede superar las barreras culturales hacia la comunicación de lo íntimo y lo éxtimo, y expresarse poéticamente sobre lo más difícil y grave. Es destacable que para el resurgir de la belleza inmersa en el drama del acaecer de la vida y su renovación, no basta dejarse llevar por las aguas desbordadas de dolor por la pérdida, es necesario sumergirse en estas, comprometer la vida en el torrente de la memoria, la identidad, el afecto y la historia para encauzar las aguas con imágenes y palabras. 

Decía Georges Bataille (1987), quien supo llevar hasta el extremo las relaciones entre el erotismo, la muerte y la creación artística, que la auténtica poesía exige una forma tal de compromiso con el proceso artístico, que pone en peligro al creador, pues esto supone dar incluso más de lo que tiene. En tal sentido, El camino del agua es un auténtico don de sí. 

Lenin Brea

Caracas / enero de 2025

Bibliografía
Jean Allouch. (1996). Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. El cuenco de plata.
Ariès, Philippe. (2011). El hombre ante la muerte. Editorial Taurus.
Bataille, Georges. (1987). La parte maldita. Icaria.
Sladogna, Alberto. (2006). La muerte en los tiempos de la posmodernidad. Revista Digital Universitaria, 7 (8). DGSCA-UNAM.
Maturo, Graciela. (2006). La elegía poética como ejercicio espiritual. Boletín de la Academia Argentina de Letras. LXXI. BALL.

———

María Angélica Hernández Mardones nació en 1960 en Santiago de Chile. En 1973 el exilio obligó a su familia a refugiarse en Venezuela, país donde se graduó en comunicación social y licenciatura en letras en la Universidad Central de Venezuela. Allí fundó y dirigió el Taller de Poesía «Tierra de nadie». Estudió en el Instituto Oficial de Radio y Televisión de España y realizó postgrados en Washington State University y Stanford University. En 2018 publicó en Venezuela su libro Estética del deseo. La prostituta en la dialéctica de la historia. La modernización latinoamericana en la novela, el tango y la poesía (El Perro y la Rana, ed. digital) y al año siguiente en Chile (cesoc, ed. impresa). Ha ejercido el periodismo en diversos medios de comunicación en Venezuela y también se ha dedicado a la poesía y la crítica literaria.

——–

Adquiere aquí El camino del agua de María Angélica Hernández Mardones:

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