
Llego a Barcelona. Llego a Escudellers. Llego a Nou de Sant Francecs. Llego a La Macarena. Llego a mi trabajo. Llego al rincón del mundo en donde el destino me ha arrojado. La bella tela de araña en la que me agito sin sentido. La maldita rutina.
No importa lo que les digan. No se dejen engañar. De día Barcelona no existe. Es un espejismo, un parque de atracciones para turistas de clase económica. Si quieren conocer Barcelona, la auténtica, sin maquillaje, sin costosos peinados turísticos, dense una vuelta por El Gótico luego de las doce de la noche. Específicamente por el punto de ignición, el centro neurálgico, el epicentro de este terremoto que es la noche de Barcelona: Escudellers y Nou de Sant Francecs, el corazón del Gótico. Un corazón que sufre de arritmia crónica.
Escudellers es la arteria que distribuye la fauna nocturna del Gótico desde la plaza George Orwell hacia Las Ramblas y desde Las Ramblas hacia la plaza George Orwell, un continuo ir y venir de turistas, chulos, prostitutas, dealers, guardias urbanos, ladrones, vendedores de cerveza, mossos de escuadra, una calle internacional por la que vagan italianos, franceses, ingleses, marroquíes, paquistaníes, albaneses, alemanes, argentinos, españoles, colombianos, venezolanos, rusos, que se manosean, se roban, se apretujan, se putean, se pelean o se abrazan, se buscan y se repelen en una lucha constante, un tira y encoge de violencia contenida, un fluir electrizado que dura toda la noche y que solo declina en la madrugada, y que termina trabándose como un coágulo de sangre en la confluencia de ambas calles.
Parte de este fluido (no poco) se derrama sobre la calle Nou de Sant Francesc atraído, como la luz atrae a las polillas, por La Macarena, la discoteca en la que trabajo desde hace cuatro años.
Nou de Sant Francesc es mi calle maldita, la calle que me propuse controlar y que terminó controlándome a mí, la calle de mis insomnios, la calle de mi ira y de mis miedos. La he llegado a odiar. Estoy amarrado a ella como Ahab a su ballena blanca. Cada noche regreso y me paro frente a la puerta de La Macarena y ejerzo mi trabajo, el trabajo por el que me pagan y gracias al cual sobrevivo en Barcelona. Allí, más que patear culos, me esfuerzo porque no pateen el mio. Mi táctica es el bluff, la actuación y el teatro. Nunca tengo cuatro ases en las manos, mucho menos una escalera de color, pero actúo como si los tuviera. Así van pasando las noches y yo sigo vivo.
Viendo lo que es hoy Nou de Sant Francecs: una calle poderosa, no siempre benigna, en ocasiones (más de las que me gustaría) violenta y traicionera, agazapada como un felino cauteloso esperando por su presa para dar el zarpazo definitivo o hundir sus colmillos en la yugular, uno no diría que hace apenas setenta años o menos por esta calle paseaban gentes como Picasso y Ava Gardner. Y no son los únicos que han dejado sus huellas en esta calle y que han frecuentado uno de los más antiguos restaurantes de Barcelona. Me refiero a Los Caracoles. Lo conozco muy bien. Conozco perfectamente sus pollos asándose tras el cristal en la esquina con Escudellers, a sus encargados con los que me cruzo cada madrugada cuando ellos abren las puertas del restaurante y yo me voy a casa borracho y liquidado. Sí, Los Caracoles, ese sitio en el que me muero por comer, yo que solo pienso con el estómago. La lista no es larga pero sí muy pesada: Burt Lancaster, Errol Flynn, Bing Crosby, John Wayne, Josephine Baker, Alain Delon, Robert Taylor, El Rico Ribera, La Monyos, El Noi de Tona, Charles Aznavour, Sacha Distel, Julio Iglesias, el Pescaílla, La Chunga o Carmen Amaya, Puigvert , los Barraquer, Helena Rubinstein, el Jalifa Muley Hassan de Marruecos, Amadeu Vives, Opisso, Pruna, Miró. Y la sexta flota. No olvidemos a la sexta flota, la primera oleada de turismo ramplón que invadió Barcelona. Sí, es cierto que no conozco ni a la mitad de las estrellas de esta lista, que una noche y solo por casualidad apenas vi, y reconocí, al enano de Nacho desfilando por Escudellers y Nou de Sant Francesc como un príncipe en New York, seguido por dos mamotretos que mantenían alejada a la gente a la que se le notaba más sorprendida que interesada con tanto manoteo y aires de diva latinoamericana.

Hoy día el glamour ha desaparecido de Nou de Sant Francecs. Ahora solo queda el ser humano desnudo, patético, genuino. Allí viene, por ejemplo el capitán América envejecido, con sobrepeso, la piel curtida por el sol, el paso cansado del que ha caminado demasiado sin llegar jamás a ninguna parte. Un poco más allá un chico de largas rastras sostiene un contrabajo mientras enamora a su chica. Acullá Sam duerme el sueño de los justos tirado en el suelo, la cabeza apoyada en la vidriera en el que puede leerse un cartel que dice «STOPsexhop», a su lado la caja de pizza que deja ver un último triángulo de y junto a la planta de su pie izquierdo la última cerveza. Justo enfrente dos chicas se besan apasionadamente, sus cuerpos forman una hermosa A rojinegra, el ápice formado por las bocas unidas en el beso, las dos astas las piernas extendidas y los apófiges los pies firmes sobre las piedras del suelo: A de amor. Un ángel de piel blanca como la luna y cabellera rubia bate sus alas rosadas y revolotea en la fila de entrada. Más allá un chalado de origen alemán con el pene al aire detiene con una mano el camión del agua mientras con la otra se bebe una cerveza. Y si giramos ciento ochenta grados veremos a otro chalado, este polaco, inclinado sobre las piedras del suelo raspando delicadamente con sus dedos la mugre acumulada en las junturas. Todavía más lejos un grupo de guiris se llevan a rastras a su amigo borracho y drogado. Frente a mi un grupo de la policía secreta identifica a cuatro carteristas de origen marroquí que esperan impasibles sentados en el suelo. Uno de los detenidos saca de su bolsillo un grueso fajo de citaciones judiciales. Una chica empuja una carretilla de Mercadona en la que va su amigo con los pies colgando por fuera. Dos chicas sentadas en un portal conversan con un chico recostado de medio lado en el suelo cubierto de colillas.
Pero a veces llueve y Nou de Sant Francecs es un misterio silencioso y solitario, un manto de brillo cubre el suelo en el que repican las gotas de agua que se abren y se cierran como pequeñas bocas. De las farolas emana una tenue niebla, parecen pequeñas lunas flotando sobre la calle.
Así hemos llegado al meollo del asunto. A partir de ahora toda mis historias pivotarán alrededor de Nou de Sant Francecs. Los he traído hasta aquí lentamente, sin prisas. Para empezar los he llevado por aquella carretera oscura, fría y solitaria. Luego se han montado conmigo en el tren de cercanías y han recorrido esos veinte minutos de trayecto delirante. Y ahora, por fin, estamos en Nou de Sant Francecs. En la próxima entrega de estas crónicas psicóticas, si los panas de Mentekupa no se cansan antes de mi, entraremos en la mítica Macarena. Los espero.
