No debería escribir esto, pero algo en la tripa –junto al hígado y por detrás del páncreas– me dice: hazlo. Llevo tiempo sin cuestionar esa sensación y por lo visto, ha funcionado. ¿Cómo no funcionaría?, si lo visceral viene justo desde lo profundo del cuerpo, donde la vida ocurre y termina. Además, es ahí donde en justa medida, en modo anti Benigni, las neuronas intestinales saben que la vida (a veces) no es tan bella por efectos, causas y afectos en constante frecuencia en la paranoica cotidianidad de nombrar inmediatamente lo visto para reconocer el mundo, darle significado y sentido al otro, pero especialmente a uno mismo.
Cuando se lee planta carnívora, de inmediato se piensa en aquellas plantas cuyas hojas y tallos multitask, al mismo tiempo hacen la fotosíntesis y atrapan insectos, otras plantas e incluso animales pequeños dando un giro epistémico a la cadena alimenticia. Hechos que también se extiende a otras especies, como algunas ranas selváticas cuyo pequeño tamaño y colores vibrantes son letal advertencia que no debe tomarse a la ligera, a pesar de su proximidad estética al plumaje de algún ave exótica. En otras palabras, lo bello tiene su grado de peligro, pero no por una maldad innata, al contrario, en respuesta a las inclemencias del ecosistema donde habita; modificarse, hacerse mortífero para sobrevivir es la motivación que precisa la última entrega de Ediciones del Olvido, coordinada por el poeta nayarita Sergio H. García: Carnívora, de la poeta chihuahuense Karen Cano (1990), exquisitamente complementado con la obra de Hachen Robles.
La primicia e hilo conductor a lo largo del poemario radica en el cuerpo, visto desde una óptica totalmente contraria al típico, en ningún momento hay la intención de alabar la belleza como se hizo costumbre en poesía, del cuerpo femenino (idealizado). Todo lo contrario, Karen construye una anatomía desde la f(r)eal(i)dad: el rechazo estético hacia el cuerpo femenino, especialmente a posteriori de la maternidad, haciendo de cada postura un estrujar intestinal que incluso, siendo hombre, hace cuestionar la normalización capitalista de ideales estéticos a los que muchos nos acostumbramos y que en algún momento se usaron para medir y evaluar a las mujeres; por ello al principio sabía que no debería escribir esto, pero la intuición dice que lo contrario, no para aleccionar a otros hombres, ni mucho menos a las mujeres. Simplemente seguir la corriente digestiva de Carnívora, que muestra a la poesía no solo una manera de supuras la herida, sino también de testimonio abierto al lector para que tomar, o no, conciencia del momento y lugar desde donde ésta fue escrita.
Entrando de lleno al texto, en las secciones “Algún día seremos libres / de este sistema llamado cuerpo” y “Tengo dos golondrinas / amaestradas y tristes, / enjauladas en satén, esperando / instrucciones para volar” hay una retrospección: desde la figura indócil de la planta carnívora: “Cuán acogedor ha de ser / el receptáculo de mis entrañas, / que siento envidia de no poder / entrar yo misma, a recostar / la cabeza en las paredes / acolchadas de mi interior” (Cano, 2022: 7), hacia los perjuicios ajenos e interiorizados que llevaron al yo poético a alejarse y contraatacar las figuras idealizadas de la estética femenina: con vellos púbicos (siempre rasurados), los pechos turgentes: “A mi amante / no le llenó las manos, / a mi ropa / no le ha llenado el escote / a mi hijo / no le llenó el estómago” (Ibíd., p. 14) y demás características que el yugo machista ha impuesto en la vida de las mujeres.
B
Desde que recuerdo,
a las mujeres se les pide
por partes.Por la mano,
si son solteras;
por el pecho,
cuando son madres;
por el rabo
si se creen promiscuas.Nadie las pide enteras; porque nadie concibe
(Ibíd., p. 15)
que puedan ser, todas esas,
jun tas.
Duele la boca del estómago el ver qué tan común es que toda mujer, sea tu madre, tía, abuela, prima, amiga, crush, conocida, compañera; cualquiera, se le cosifique así de fácil, que se le desprecie por esa maldición visceral que Karen explora a detalle en “La sangre no es divina / ni huele a manzanilla; / es de carne y huele a muerte / como todo lo que tiene vida”. Visión complementada con el contrapeso de “Aprendimos que el amor era obediencia, / e hicimos de la entrega una esclavitud”, donde el corte más personal sobre el perfil del hombre ideal no dura mucho sin antes de volverse a desmoronar al primer cambio de la brisa: “Levántate con cuidado, / me dijo, / no quiero que manches la cama. // Entre las piernas aprisioné el cadáver / de una paloma, / y así, / sucia y avergonzada, / fui a lavarme” (Ibíd. 24); no obstante, tal devenir lo sesga un nuevo jugador en el campo de batalla: la crianza de un hijo.
IV
Te amo incestuosamente
te arropo en medio
de mis muslos
como si fuera a parirte de nuevo,
y abrirte después los ojos
recién nacidos
para decirte
bienvenido al mundo otra vez.Te tengo en mis brazos,
cansado de tanto dormir,
yo quisiera despertarte con besos de madre,
oler en tu frente el aroma
de mi vulva dulce.Alimentarte,
(Ibíd., p. 25)
verte crecer fuerte,
y luego llorar a escondidas
de tanto orgullo.
¿Cómo criar un ser, semejante a los que te ha dañado? Así se siente las siguientes lecturas del poemario. Cuestionamiento que, como ya se dijo, no trata de aleccionar, simplemente nombrar el agravio, hecho patente en la sección “Espero el amanecer / y una ciudad en mi pecho también /espera la mañana para poder, / por fin, reconciliarse con el día”, donde la corporalidad se extiende a su contraparte arquitectónica como también sitio de legitimación e imposición de roles y violencias: “Dicen, / que si las tortillas no se inflan / no puedo aspirar a nada / más que a una cama vacía” (Ibíd., p. 29); así como también la precarización de los cuidados y su herencia en la sección “No he parido un ángel, / sino otra cosa con más sustancia, / que ha surgido de las manos del cielo, / como las nubes, / que son perfectas por accidente”, donde la cría esperada es otra mujer.
Uno de los principales derroteros de indisposición contra el desarrollo de los feminismos, tanto en México como en muchos otros países, es la religión. Tan así que Karen aprovecha y haciendo un muy inteligente juego retórico retoma las visiones de sus evangelistas para dar vuelta a sus discursos: “Al pasar al frente en la fila / de los enjuiciados citaré, / como el mayor de mis pecados, / haberme dado el amor / que otros no me dieron,” (Ibíd., p. 36), así como también del mismo génesis.
Por último, en la sección “Entonces parí, / pero no fui madre, / y mi hijo, que no era mío, / se fue por la coladera”, Karen redondea todo el discurso de vuelta al estandarte carnívora que tan terrorífica es una experiencia estética a partir de la cual todas las mujeres también pueden sumarse y despertar dicho gen vegetal que habita al centro de sus propias entrañas.
No me pidan que no maldiga
cuando me obligan
a portarme bien,
cuando han vedado
mi ideología,
y acallan mi voz
impaciente
cuestionando mi incapacidad
para orinar de pie.
[…]
He nacido
libre,
para matarme
a mi manera,
y no limpiando pisos
o cocinando huevos revueltos,
a cambio de un beso desabrido
que gustan de llamar amor.He hecho de mis manos
(Ibíd., pp. 42-44)
un paliativo contra la soledad
en la que me han dejado amantes,
que miden su valor en las pulgadas
que guardan bajo el cierre descompuesto
que cosieron sus madres. (
[…]
He nacido mía
y pretendo morir así.
Durante alguna reunión de taller literario, se comentó que uno de los futuros de la poesía está en continuar la rama contestataria y reclamante, específicamente nutriendo el retoño feminista que por siglos ha existido pero lamentablemente oculto. Los mayas fueron (quizá) mal traducidos en su respectivo indicio de decir que en 2012 se acabaría el mundo. Tal vez acabarse no era como apocalípticamente se nos vendió en el cine y más bien, no en un momento sino a partir de 2021 empezaría a cambiar el mundo. Sí ha estado ocurriendo, parte de ello puede verse justo en Carnívora, donde ya hay un decir basta a todo para bajarse del carrusel y buscarse otra montura.
Hay cosas que necesitan decirse tal y como son, virtud de la que Karen expone a lo largo de su poesía, misma que todavía sigue creciendo. A pesar que las carnívoras no llegan a ser monumentales árboles, no lo necesitan. Su dominio no es arriba si no a ras del suelo donde ocurre en realidad la vida y sus derroteros. Las carnívoras son una legión de manchones a la espera de la siguiente presa, no han mordido más de lo que pueden digerir, pero estamos al suficientemente tiempo de ver cómo pueden crecer y andar por ahí junto a cualquiera. Que no sorprenda que en algún momento, las carnívoras devuelvan la mordida y ellas no dejan evidencia de sus actos.
Fuentes:
Cano, Karen (2022) Carnívora. México: Ediciones del Olvido.