El presente cuestionario tiene por finalidad contribuir a la creación de un mapa del campo cultural venezolano que sirva para estimular la comunicación, el diálogo y el debate en torno a sus potencialidades.
Espera servir para que los artistas e intelectuales entrevistados promuevan su trabajo a la par que comuniquen sus intereses, expectativas y dificultades de tal modo que puedan establecerse puntos de contacto, articulación y líneas comunes de creación, reflexión y debate.
Hemos sido y seguiremos siendo amplios en cuanto a la invitación a participar en esta experiencia. En MenteKupa tenemos claro que un campo cultural está configurado en buena medida por sus confrontaciones, antipatías y desencuentros. Pero esto no contradice que las desavenencias puedan tener una forma productiva.
Por supuesto que no somos ajenos a la coyuntura que vive el país. Lo que queremos es propiciar un ejercicio de enunciación de los deseos que contribuya a que el campo cultural venezolano pueda construir los objetos que reclama. Creemos firmemente que la diversidad de opiniones y la crítica constructiva son fundamentales para el crecimiento y la vitalidad del campo cultural.
MenteKupa
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1. ¿Cómo te involucraste en la producción artística/intelectual, y cuáles son las principales preocupaciones de tu trabajo?
De pequeñito quería ser pintor. Creo que haber nacido con los pies chuecos y usar lentes desde preescolar, cosa que causó que normalmente me eligieran de último para deportes, me empujó a los dibujos animados, los videojuegos y especialmente los libros. Mientras envejecí, claro, me llamaron más la atención la estética de los poemas y los párrafos bien construidos que las acuarelas de los textos de Roald Dahl. Podría decir, aunque sé que es cursi, que pinto hoy en día con palabras.
De cierta manera, algunos libros de historia venezolana que leí en la secundaria fueron muy importantes para mi tono, para las preguntas que siento necesario plantear en mis escritos. Se me ocurren particularmente 13 mentiras bicentenarias de Tulio Álvarez y No más de una cuartilla de Manuel Caballero. La necesidad de preguntarse quién es uno y cuál es el origen de nuestro entorno, cuán artificial es, potencia mis dedos cada vez que se escurren sobre el teclado del computador –la necesidad de cuestionar mitos hasta la vergüenza, eso que hicieron ambos escritores, es una preocupación fundamental para mí.
2. ¿Cuáles son tus tres principales influencias y por qué?
En este preciso instante, se me ocurren Jean-Paul Sarte, Roque Dalton y Miyó Vestrini. Una foto del primer personaje acompaña mi mesita de noche. No solo admiro el compromiso político de Sartre y sus intenciones de promover el arte y pensamiento de quienes, desde el sur global, lo motivaban todavía más, sino que sus textos literarios son simplemente geniales: jamás superaré La náusea. Me fascina como Dalton sublima la violencia y la frustración política en poesía tan punzante como humorosa: sueño con escribir un poemario tan provocativo como su Taberna y otros lugares. Y Miyó, pues es la poeta que más recomiendo, quien hizo que me enamorara de la poesía venezolana. Me cuesta llamarla solo por su apellido: si García Márquez llamó a Faulkner su maestro, ¿por qué no?, declaro a Miyó mi madrina de confirmación.
Claro, no son los únicos también. Edward Said, Vladimir Maiakovski, Hiromu Arakawa y Paul B. Preciado, entre muchos que no se vienen a la mente ahora, son otras figuras cuyas huellas en mí jamás se borrarán.
3. ¿Sigues en especial el trabajo de algún venezolano y por qué?
Sigo el trabajo de Alejandro Castro, un poeta que siempre detona la más bella de las rabias en mí cuando lo leo –un poeta contemporáneo cuyos versos no dejan de inspirarme. Su Canto a Bolívar es lo más cercano a un padrenuestro que tengo. También me encantan las imágenes al estilo más criollo del pop art –una suerte de pop art poscolonial, ¿no?– que publica Majenye en su cuenta de Instagram. Por último, no dejo de sorprenderme con los hermosos y necesarios libros de la editorial Letra Muerta, proyecto que ha liderado Faride Mereb –con la ayuda de personas como Oriana Nuzzi y Daniel C. Aro– con mucha perseverancia y encanto.
4. ¿Qué lugar concedes a la crítica y en especial a la crítica cultural en tu trabajo?
Me encanta la crítica. Pocas cuestiones son tan creativas como la buena crítica –literaria, audiovisual, etc. ¿Quién que se pierde por horas en YouTube no ve la función poética presente en los videos de EmpLemon, Accented Cinema, Sarah Z? El lenguaje de Guillermo Sucre, T. S. Eliot o Claudia Rankine en sus ensayos culturales, ¿no es poesía? Por otra parte, si nos vamos a los orígenes de la novela con un texto como El Quijote, la ironía, el sarcasmo y la sátira como pilares de todo rascacielos narrativo nos dejan claro que la Ficción –con F mayúscula, ¿no?– es viciosamente analítica.
Ahora, si hablamos de crítica como medio por el cual se legitiman autores y se decide qué es buen gusto y qué no, la cosa se complica. Me parece genial y necesario que existan jurados de concursos literarios, curadores y reseñistas, pero creo que deben ser democráticos y no pensarse la última Coca-Cola del desierto. No es lo mismo decir que una práctica cultural no cumple con su intención o concepto, que decir que sencillamente apesta. No es lo mismo resaltar un grupito de escritores como el único que vale la pena seguir sobre cualquier otro, que buscar dar espacio a artistas emergentes y expresiones de varios colores. Si la crítica como campo cultural, como diría Pierre Bourdieu, parte de una concepción elitista del arte y la cultura, pues debe ser particularmente responsable e idealmente revolucionaria.
5. ¿Qué lugar tiene Venezuela en tu práctica artístico-intelectual?
Tal vez el comentario les cause grima a algunos, pero Venezuela, sin lugar a dudas, es la base de mi superestructura. No consigo deslastrarme de las calles donde fui tantas veces robado y sufrí mis primeros amores, de los espacios académicos que destruyeron mi psique pa’ reconfigurarla con pasión y empatía –ni me interesa. Quizás ahora que estoy afuera, ciertos temas como el insilio y la violencia que la precariedad y el clasismo inspiran no son tan protagónicas en mis textos, no tanto como la explotación e hipocresía a la que uno se enfrenta como migrante.
6. ¿Cuáles son los problemas o dificultades que enfrentas para la producción, publicación y distribución de tu trabajo?
La falta de fondos para las editoriales venezolanas, públicas o privadas, es evidentemente el problema principal de hoy. Y la falta de esfuerzos de promoción y distribución cultural por parte del Estado en relación a la escritura venezolana, diría yo, es un rollo que heredamos del ayer. Varias escritoras y escritores vivieron a partir de las becas del INCIBA, el CONAC u otras instituciones públicas durante el siglo pasado, cosa que me parece súper, pero la mayoría de las obras, ¿quiénes las leyeron fuera de Venezuela? Ojo: no digo con esto que hayan sido de baja calidad. Todo lo contrario, ¡es una inmensa lástima, pues creo que se perdieron oportunidades de oro para extender seriamente la literatura venezolana a lo largo del globo, ¡como lo hizo México con el Fondo de Cultura Económica! Esta falta de conocimiento en otros lados sobre nuestro historial literario nos pesa un poco cuando buscamos comunicarnos en espacios y medios no-venezolanos.
En este momento, en Nueva York, me toca el reto de tratar de escribir en otra lengua o de escribir en español en un país donde no es la lengua primaria. Donde se espera que, si te dan espacio como escritor de un país del sur global, hables principalmente a la población americana en vez de a tus frustraciones internas. Donde se espera que tu trabajo sea explicativo, en vez de lírico.
7. ¿Qué crees que habría que hacer para potenciar el campo cultural venezolano, es decir, la producción y consumo artístico-intelectual de los venezolanos?
Un Estado plural y abierto a la producción y distribución cultural es necesario. Me parece muy atractiva la idea de “cambiar el mundo sin tomar el poder” de John Holloway, pero en un país tan dependiente del Estado como el nuestro –cosa de toda la vida, claro, no culpa del chavismo– me parece naif querer potenciar el campo artístico de las venezolanas y venezolanos sin su participación. Me encantaría vivir en un mundo como el que soñaba Kropotkin, cuyos escritos me fascinan, pero así como arrancar de golpe una daga de una herida suele ser mala idea, creo que lo mismo ocurriría en un país donde el taladro del sector público se mira de frente con el núcleo de nuestro planeta. Lo ideal sería, ahora, enseñar a futuras instituciones y líderes de entorno cultural cómo pescar –de acuerdo con sus experiencias y necesidades, claro, no autoritariamente– en vez de darles peces y listo.
8. ¿Crees que la “inteligencia artificial” afectará de algún modo tu quehacer artístico-intelectual?
Me encantaría decir que ni de vaina, –soy muy escéptico de estas tecnologías, de esta moda; todavía ChatGPT inventa libros cuando pides recomendaciones sobre, qué sé yo, el desarrollo del rock latinoamericano o literatura venezolana–, pero predecir el futuro no es mi fuerte. ¡Espero que la cuestión no se vuelva tan penetrante como tantas personas con poder aparentemente quisieran!
Excelente entrevista!