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¿Qué pasa cuando el enemigo duerme en tu cama? Esa parece la pregunta que flota en cada plano de Black Bag, la nueva película de Steven Soderbergh. Pero la película no ofrece una respuesta inmediata. En cambio, despliega un juego calculado de tensión emocional y manipulación psicológica, en el que el espionaje deja de ser una cuestión geopolítica para volverse un combate doméstico, íntimo y profundamente humano. Aquí, las balas son palabras y la sangre que corre es invisible: confianza, recuerdos, la historia compartida de una pareja que ahora se mira con sospecha.

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George y Kathryn, interpretados de manera soberbia por Michael Fassbender y Cate Blanchett son agentes de inteligencia, pero también son esposos y quizá enemigos. Esa ambigüedad es la que sostiene toda la estructura narrativa de Black Bag, que se construye no sobre acción, sino sobre la duda. Y el espacio en el que se construye este relato intrincado no es en una sala de torturas o en una oficina fría en Londres sino en el propio hogar de la pareja.

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Lo que tenemos no es una película de espías, sino que esta es la excusa para plasmar el desgaste de las relaciones. El guion de David Koepp prescinde de la espectacularidad de las persecuciones o explosiones, y en su lugar ofrece un thriller verbal, meticuloso, afilado como un bisturí.
Cada línea de diálogo es como un juego, las frases no informan, no avanzan una trama, sino que desnudan a los personajes, los obliga a revivir heridas, a reconocer sus sombras, a decidir si el amor que compartieron alguna vez puede sobrevivir a la verdad.

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Soderbergh dirige una cámara que se mueve poco, que observa con distancia, con un montaje preciso y una iluminación gris, azulada, casi espectral que por momentos recuerda a la fantástica Tinker, Taylor, Soldier, Spy (2011) y básicamente a todo Le Carré, pero con la única diferencia de que mientras en las historias clásicas de espionaje la traición era ideológica, aquí la traición es intima. Afecta al hogar, al amor. Al pasado.


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Black Bag se siente como una rareza viviente, en un mundo cinematográfico saturado de secuelas, precuelas, rebotes y revivals. Es un relato que no corre, no grita, no pide los focos. En cambio, construye una narrativa que atrapa en el subtexto, en los silencios, en las miradas. Toma el tono austero y lo aplica a una historia íntima que refleja las ansiedades contemporáneas: ¿cómo confiar en alguien cuando ni siquiera confiamos en nosotros mismos? ¿Qué significa amar en tiempos de vigilancia total, donde todo puede ser grabado, analizado, desmentido?
La película no busca dar respuesta y eso es lo que la hace poderosa. Nos deja suspendidos preguntándonos si el amor puede sobrevivir a la verdad. Si vale la pena salvarlo cuando todo lo demás ha sido puesto en duda.