


.
Tomás Gutiérrez Alea fue alumno a principios de los cincuenta del radicalmente innovador Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Regresó a La Habana preñado de vanguardias, una cierta mirada costumbrista a mitad de camino entre el neorrealismo y la commedia all’italiana, mucho pensamiento existencialista e incontenibles ganas de agitar el panorama cultural cubano aprovechando las posibilidades que se abrían a partir del triunfo de la Revolución, de la que hasta su muerte fue tanto un acérrimo defensor de sus logros como un consecuente crítico de sus defectos, en especial la burocracia (Muerte de un burócrata, Guantanamera) y la intolerancia (Fresa y chocolate).

.
Memorias del subdesarrollo es su obra maestra. La película dialoga de tú a tú con el cine más rabiosamente de autor, desde Dreyer a Ingmar Bergman, de Tarkovski a Antonioni, de Godard a Truffaut. Gutiérrez Alea planificó meticulosamente un compendio de recursos que remite a la Nouvelle Vague y conecta muy especialmente con Un hombre y una mujer, el gran éxito de Claude Lelouch. Si no temáticamente, al menos sí estilísticamente en su intención de ser una panoplia de las herramientas narrativas maceradas en los sesenta. En Memorias… hay flashbacks y visiones de futuro, voz en off, imágenes documentales, testimonios históricos, fotografías reales y dramatizadas, personas que se interpretan a sí mismas comenzando por el propio director, metacine y cine dentro del cine…


.
El realizador partió de la novela homónima de Edmundo Desnoes, quien también aparece en el filme, pero el verdadero referente literario es El extranjero, de Albert Camus. Como el Mersault camusiano, el Sergio de Memorias del subdesarrollo es un alienado, incapaz de conectar con nada ni con nadie, un extraño en el mundo y en la vida, que ni siquiera puede conmoverse en unos tiempos tan trepidantes como los años iniciales de la Revolución, ya sea para posicionarse a favor o en contra: desprecia por igual a los barbudos que se hicieron con el poder que a quienes se marchan a Miami.
Toda su cotidianidad está marcada por el hastío, incluida su relación con las mujeres, con las que le da igual casarse o no. Rentista de clase acomodada, tiene todo el tiempo a su disposición para deambular por unas calles de La Habana que hierven bajo el peso de la historia, por más que él no pueda no ya no comprenderlo, sino ni siquiera percatarse de ello.

.
El protagonista es el ejemplo perfecto de una mente colonizada. El martilleo incesante de quinientos años de pretendida superioridad civilizatoria –primero los españoles, después los estadounidenses- ha dado como resultado una mirada despreciativa sobre su país y sus gentes. Para Sergio, ese subdesarrollo al que alude el título no se basa en siglos de dominación y en las desequilibradas relaciones de poder entre las clases sociales. Cree firmemente –y ahí está la eficacia del colonialismo- que el atraso es un determinismo insalvable, como si fuera una característica climática o un accidente geográfico. Cuba no está subdesarrollada: Cuba es subdesarrollada.



.
La postura vital –o ausencia de la misma- de Sergio le lleva a una abulia de la que él mismo es consciente, por más que intenté engañarse culpando a los otros. Jamás empezará esa planeada novela y su elitismo cultural se adivina una fachada, como esa declaración de que intenta “vivir como un europeo”. Tan solo se muestra honesto cuando se reconoce en las pulsiones suicidas de Hemingway, aunque su indolencia esté en las antípodas de la hiperactividad escapista del norteamericano.
Con certeras pinceladas en los más variados formatos, Gutiérrez Alea despliega un fresco de la contemporaneidad cubana: la dictadura de Batista, que convirtió a la isla en el burdel preferido de los estadounidenses; el triunfo de Castro y los suyos; el intento de invasión de Bahía Cochinos; el debate político y cultural; la crisis de los misiles… Mientras Sergio se asoma al vacío existencial, la vida pasa a su lado a toda velocidad, sin esperar a nada ni a nadie.

.

