La película de Jasmila Žbanić sobre la gente de su Bosnia y Herzegovina natal no es fácil de ver. Se centra en Aida, apasionada intérprete de las fuerzas militares pertenecientes a la Organización de las Naciones Unidas en la antigua Yugoslavia. Cuenta sin tapujos la historia de la masacre de más de seis mil bosnios musulmanes en la ciudad de Srebrenica en 1995.
La historia y el punto de vista de Aida proporcionan una dimensión humana que nos lleva al corazón de una vorágine de pánico, odio, crueldad y a la triste deserción de una población civil amenazada. La actriz serbia Jasna Duričić aporta a su actuación una impresionante variedad de emociones: desde la furia de una madre que intenta salvar a sus dos hijos; la amorosa tolerancia hacia su marido, que implosiona bajo el horror y el estrés; hasta su ardiente frustración por la forma como los oficiales de la ONU se niegan a tomar posición o a cambiar las reglas.
El filme se sumerge directamente en el clímax de un drama cuyo trágico desenlace ya conocemos. Esto lo hace, paradójicamente, aún más apasionante: estamos en el corazón de una tragedia humanitaria a gran escala. Sabemos, en retrospectiva, que la masacre que se avecina fue planeada con anticipación desde Belgrado y que las discusiones fueron solo un escaparate.
La fotografía de Christine A. Maier y la edición de Jaroslaw Kaminski (que trabajó en Ida y Cold War de Pavel Pawlikowski) aseguran que la desorientación, el pánico y el terror sean tan tangibles como en cualquier otra película de acción, pero con una sensibilidad particular frente a la gama de emociones que esa situación produce. Todo esto bajo la estupenda dirección de Jasmila Žbanić, que en 2006 ganó el Oso de Oro por Grbavica.
La fuerza de la película reside en la compasión, que la directora evoca con gran habilidad, junto a un excelente y bien repartido grupo de actores. No es una lección de historia, sino un espejo que muestra los peores instintos que despierta el nacionalismo. Hay que destacar el uso de la música, que se acentúa hacia el aterrador clímax, y sirve de réquiem sombrío para el atroz crimen que está por ocurrir.
Aquel sentimiento surge, incómodo, al final de esta enorme película, cuando Aida posa su mirada sobre niños inocentes, quizás como recordatorio de lo que podría ser mejor en la humanidad, mientras una leve sonrisa aparece en su rostro triste. ¿Es una imagen de esperanza? Dependerá de nosotros…