Me gusta la desmesura. Odio lo autoconsciente y equilibrado. Sobre todo, cuando se trata de literatura. Por eso recibo con entusiasmo La violenta maquinaria del olvido de Raday Ojeda, poeta, ensayista y gestor cultural venezolano radicado en Argentina. En este título se cruzan poesía, diario, crítica, memoria, apunte y otras formas textuales que vienen a refrescar el escenario, la llorantina monótona y rampante en que se ha convertido la literatura nacional y sus formas fosilizadas. La violenta maquinaria es otra cosa. Es hija del fragmento y la lexía, un montaje, un rara avis que Raday nos presenta tras pasar veinte años de recolector obsesivo triturando a través del texto sus experiencias y fabulaciones.
Cualquier cosa que diga sobre este trabajo no queda sino en la mera aproximación, no por pereza ni por imprecisión, sino porque este libro son muchos libros al mismo tiempo. Por eso la desmesura como muletilla. A veces decir qué no es es más fácil a decir qué es. Tal vez a la desmesura no se le puede sino responder con más desmesura. Por eso es que aprovecho para problematizar lo que se ha vertido sobre su obra (que en parte es él, el poeta, el responsable): pienso que su trabajo es más que un montón de cháchara bucólica sobre el llano. A los que hemos nacido en el llano se nos quiere endilgar con esa banda, como si fuésemos la palma inmóvil ante el viento, Alberto Arvelo dixit. Telúricos sí, pero más por ontología que por materia y lugar común. Solo los llaneros saben de qué va el llano, así como la gente del barrio sabe más del barrio que cualquier antropólogo, sociólogo o trabajador social. Dejar a Raday (y que se deje él mismo) en el lugar del paisaje, sería condenarlo a su tinaja para siempre, que no es del todo malo, desde luego, puesto que de por sí cada quien tiene su poética y ve qué hace con ella, pero ya sabemos que de la rotura, del estrallar lo que nos contiene, nace otro universo de fragmentos. Y el paisaje de Raday es más un mosaico. Sigue siendo un oscuro paisaje, pero se dirige a otros espacios con deseos de salir y combinar otras experiencias. Dice el poeta en Preparativos de mudanza: “Salvo tu vientre, oscuro / salvo tu vientre / encendido / salvo tu vientre / anfibio”. Vemos que se dirije hacia otras imágenes. El poeta sabe que en la oscuridad, en lo raro, en lo combinatorio, es donde se aprende a ver. En la oscuridad es donde los navegantes aprender a leer el cielo, el otro paisaje. Es allí donde se aprende a seguir la singladura. Es la oscuridad la que contiene el texto para darle forma a las palabras, nunca ha sido gratuita la expresión “negro sobre blanco”, que viene tras el golpe, para así dar lugar a lo nuevo y salir de la oscuridad para entrar a una nueva. Me gusta pensar que en Raday la horizontalidad es más una excusa para verbalizar su proyecto desmesurado que no es más que la justificación de una obsesión puramente textual. Visual. Experiencial. Texto, imagen y experiencia se dan cita para ir a un más allá de la poética que se le asigna por facilidad crítica. Todos tenemos experiencia y es ella la materia que debemos hacer hablar. La experiencia es más vía que destino. Más medio que finalidad. Si Raday hubiese sido porteño (que ahora lo es por pura terquedad del destino) también el texto, la imagen y la experiencia, estuviesen ahí, atosigándolo, atragantándolo de imágenes que reclaman ser registradas. No es casualidad que el poema que da título al libro sea una enumeración de gestos que bien podrían darse en cualquier lugar del mundo, sobre todo, en la diorama del poeta. Su Anima mundi. La violenta maquinaria del olvido es una metáfora sobre la condición humana, en donde el poeta atiende a su intuición para intentar atrapar, para concentrar, aglomerar en una sentencia el dolor por el paso del tiempo. El dolor por la pérdida ante lo que ya no somos pero recordamos.
La violenta maquinaria se define sola desde el título, es violenta porque la pretensión de registro, de aprehender la experiencia, es un acto violento por sí mismo, doloroso, por inexacto y neurosis de incompletud, es genealogía de imágenes y texto, como ya he comentado, por orden de aparición y también por una suerte de autodemanda del autor, porque todo debe tener un orden, una forma, un lugar, repito, no porque todavía esté encandilado con el cristal nervioso, sino porque ya no se puede seguir borrando y reescribiendo cuadernos. Hay que salir de eso ya. Y reunirlo en un libro refrendado por premios y nombres es una excusa perfecta. Hay en la poesía de Raday un proyecto, es decir, una piedra, que atenta contra el exceso de conformidad y verso “bien hecho”. Es por eso que La violenta maquinaria es del orden de los libros sujetos y no de los libros objeto. Es del orden de la subjetividad porque aglomera gestos que dan forma a lo que nos constituye; es un inventario de bienes, dice el poeta. Inventario existencial y también sobre lo que nos sujeta aún en su contingencia; mudanza, pliegue, ceniza, escombro, son palabras que dan forma a su discurso y son iguales de imprevistas y repletas de incertidumbre. Que esté registrado no quiere decir que ya se contiene, que ya se tiene entre manos. Todas estas palabras e imágenes dan cuenta de cierta marca, de cierto resto. La tarea del poeta ha sido la reconstrucción de un algo (y nunca olvido que algos en griego es dolor) a través de cierta hermenéutica sobre lo que fue, pero no porque el poeta lo demande sino porque terceros lugares lo reclaman. Esos lugares, es lo que ya he comentado, sin necesidad de resúmenes maníqueos, texto, imagen y experiencia, que es la materia de la que Raday se sirve para concretar su discurso y paradójicamente lo ha hecho para olvidar. Y olvidar no es solo perder algo sino sobre todo dejar de tenerlo. Soltarlo. Es una voluntad. Es probable que La violenta maquinaria sea el cierre de una etapa que irá de forma radical hacia otros derroteros creativos y anímicos.
¿Hasta cuándo libros de tres actos, con poemas de principios y finales construídos con frases hechas, podados de adjetivos y con redonditas fábulas internas? ¿Hasta cuándo libros grandilocuentes, tremendistas, escritos al calor de las “vanguardias” de hace cien años que estafan en la bomástica inconsistencia de su experimentalismo? La desmesura es tal vez el tercero de esta oposición. No porque se les parezca sino porque puede contenerlos y en ese sentido, convertir el tropo en virtud. Y eso es lo que ha hecho Raday en La violenta maquinaria del olvido, un gran ejercicio de montaje, una curaduría concentrada en darle sentido a la desmesura, en donde, desde luego, la metaliteratura debe está presente articulandolo todo. Por eso insisto en que tal vez puede que no sea un libro, es decir, un objeto, sino más bien un ente, un sujeto que cobra vida en el momento difícil de la escucha. En ese sentido, son libros, una especie de antología (involuntaria) no declarada, una reunión en su sentido más amplio.
Cuando se habla de un proyecto de estas características, como he insistido desde un principio, suele obviarse el contexto en que se leyó o encasillarlo en contextos que responden al lar de su hacedor, en este caso es importante hablar de ello puesto que se le ha dado un lugar para su lectura, un espacio, digamos, público (lo único del libro que ahora es de Raday, es que tiene rotulado su nombre), no es gratuito el paratexto que le acompaña como prólogo, un testimonio del autor en donde nos cuenta lo que para él significa haber sido reconocido. En ese sentido, me gusta pensar que son las escritoras y los escritores los que le dan prestigio a los premios y editoriales y no al revés como se cree. Por eso celebro el coraje de Raday al haber reunido los-libros-que-conforman-este-libro y lanzarlos sin espectativas, con el pragmatismo necesario, a la suerte y al olvido, como suele ser la forma más sabia (¿y sana?) de enviar a certámenes y también celebro la valentía de quienes le otorgaron la posibilidad. Eso da cuenta de cierta buena salud lectora de algunos; confiar en la desmesura no suele ser propio de nuestro campo literario, sobre todo en un concurso que ha tenido sus altibajos, en donde se han descubiertos voces fundamentales para la poesía venezolana actual y por igual han sido reconocidos personajes ya consagrados, para vergüenza de ellos mismos, que ni necesitan ni necesitaban tal reconocimiento.
La violenta maquinaria del olvido se proyecta desde la imagen, el texto y la experiencia puramente abstracta del lenguaje para abrirse paso hacia la realidad y desmaleza con su violencia, con su machete y garabato, con su signo y su piedra. Es un libro, al decir mimético: que se defiende solo y que si llega a imprimirse, se convertirá en una pieza de coleccionista. Y en este tiempo de libros, series, películas, memes nihilistas y otros contenidos repletos de frivolidad hasta el hartazgo, de sinsentido no creativo, de populismos y otros malabares ladrones de la atención, este conjunto de diversos registros se transforma en lo que más necesitamos, algo que siempre esté allí, vivo en su encarnadura, para abrirlo y que en su amplitud de evocaciones, en la pura libromancia, nos acompañe.
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