
Me siento a escribir esta reflexión luego de masturbarme con un clip de porno (duración del video: 10:38) de una celebridad que gana seguidores en masas y en cuyas redes sociales muestra, sin ningún contenido explícito y con jovialidad, su cotidianidad de diva del porno: una chica deseada no solo por su sensualidad sino por el exceso de placeres y entretenimientos que se procura. Adorada diva.
Las cosas han cambiado con el acceso al porno desde mi adolescencia/temprana juventud, cuando el porno de internet no era realmente tan gratuito como ahora, y quienes, obvio, no teníamos una tarjeta de crédito para pagar, teníamos que conformarnos con ver fotos en portales que te llenaban de virus la computadora y le dejaban una evidencia a tu mamá. Las cosas han cambiado en muchos sentidos, ahora hay más acceso pero también más ámbitos que abordan el tema del porno desde una perspectiva crítica (pro o contra), eso no lo había en mi mocedad curiosa, cuando carecíamos de cualquier discurso pedagógico o indagatorio.
Digamos que en los tempranos 2000, la mayoría de los adolescentes estábamos solos frente a la trabada conexión de Etheron, y los apetitos de clips de Pamela Anderson o Carmen Electra (duración: menos de un minuto), las clásicas revistas Playboy, los CD, incluso cintas de VHS, que vendían en la calle pero que era más habitual que un amigo te pasara clandestinamente. Se trataba, por supuesto, de un porno mainstream, término hoy muy conocido y que se refiere a un producto estandarizado de mujeres gimiendo como locas (fuck yeah, baby, baby, oh my god!), de falos erectos como rocas y coitos salvajes donde la mujer recibe la fuerza del poder sexual del hombre.
El feminismo tiene mucho que ver con que hoy haya también un porno diferente. Hay muchas cosas que decir al respecto, pero bastaría con señalar que es un porno donde la mujer (por primera vez ante los ojos del espectador estandarizado de este producto) tiene un lugar distinto en el sexo, ¿por fin ligado al placer? (en pregunta porque siempre el porno hay que ponerlo en duda, nuevo o no es una actuación que además está plagada de ediciones).
Este es un texto sobre masculinidades, y aunque porno y hombre es un binomio que encaja, confieso que es tan inesperada para mí esta entrada al texto como el hecho de haberme masturbado antes de empezar a escribirlo, circunstancia más relacionada al estrés que a alguna filia de escritor. Al fin y al cabo: aplaudo el impulso del cuerpo porque me puso dentro del tema.
Pensar en las masculinidades
¿Qué es pensar/reflexionar/indagar y, en consecuencia, hablar sobre las masculinidades? Desde el inicio reconozco que este escrito tiene, al menos, 3 puntos centrales; los resalto porque no quiero que se pierdan en el recorrido. 1) cuando hablo de masculinidades, solo puedo ofrecer mi punto de vista.
Hoy en día, son cada vez más los espacios donde este discurso encuentra voceros, no solo desde los grupos aliados al feminismo sino también de singularidades masculinas que comparten sus cuestionamientos sobre lo que no anda bien de la llamada “masculinidad hegemónica”, esto es, los patrones dominantes tóxicos que los hombres hemos aprendido y que reproducimos para ser unos “verdaderos” hombres. A este punto de la historia, por más negacionista o descreído que un hombre pueda ser, si quisiera, podría reconocer que la masculinidad tradicional nos ha enseñado algunos comportamientos que son innecesarios por agresivos y violentos, para mencionar dos rasgos.
¿Todos los hombres somos agresivos, entonces? No, eso se sabe. ¿Cómo zafarse de la generalización del “todos los hombres”, reconociendo a su vez que hemos sido educados de manera similar? En tanto todo lo que toma vuelo en la cultura de masas tiende a estigmatizarse, se estandariza, se vuelve seriado, cliché, pasa de moda o, en el peor de los casos, triunfa y se vuelve una norma; para responder a esta pregunta por “los hombres”, para mí es importante defender mi punto de vista.
He encontrado posiciones salvajes que dicen que aquellos que reflexionan y hablan sobre masculinidades son acusadores de hombres, o losers que aprovechan la oportunidad para quedar bien con las mujeres, o son hombres que odian a otros hombres o ser hombres y, por consecuencia, son parcialmente gays por defender una masculinidad que no se identifica con la fuerza bruta, o que son unos hombres de papel, blandos, “frágiles”, que ya no quieren ocupar sus roles; muchos etc. Digo que mi punto de vista no persigue ninguna de esas convicciones.
Comencé a escribir sobre masculinidades hace unos años indagando en mis vínculos afectivos de amistad con otros hombres: mis panas, mis amigos. Un primer escrito desbordó una serie de más y más escritos poniendo la lupa sobre lo que yo había aprendido de cómo ser un hombre y de qué forma me relacionaba con eso. Empecé a publicar estas reflexiones —quizás aquí sí se cuela una filia de escritor: el pansexualismo de escribir palabras detonadoras de sentidos y sinsentidos, el pansexualismo de creer en la distribución abierta y libre del texto, de múltiples apetitos— y entonces esos escritos comenzaron a tener lectores.
Mi trabajo de reflexión personal, buscando hallar elementos comunes a los discursos con los que los hombres como yo hemos aprendido a ser hombres (tipificados ahora como hetero, cis, “normados”), me ha llevado en estos años a conocer multiplicidad de perspectivas, varias de ellas convencidas de que pueden ayudar a desarticular la llamada “masculinidad tóxica”. Me parecen oportunas esas luchas, pero me preocupa que en su convicción quieran volverse garantes de la verdad, conocedoras de cuál es la manera valedera para ser, no ya un “verdadero hombre” sino, “un hombre bueno”.
Mi trabajo reflexivo no persigue esa perspectiva valedera porque ¿bajo qué licencia de sabiduría o moral inmaculada puede un hombre enseñarle a otro cómo ser bueno o, digamos, cómo comportarse bien? Esa, en todo caso, es la labor de un padre incorruptible y amoroso, pero imaginar que uno es ese padre para otros hombres, me parece desatinado (por no decir, delirante).
El chat IA de las masculinidades
He visto/leído/escuchado a varios hombres representantes de las llamadas “nuevas masculinidades” o “masculinidades positivas” dar consejos con mucha seguridad, compartiendo con firmeza sus experiencias de lo que parece aludir al desbloqueo de un conjunto de patrones aprendidos. Estos discursos en bocas de distintos voceros a veces coinciden un poco, al punto que después de este tiempo me he preguntado si yo mismo hablo similar a ellos cuando abordo el tema de las masculinidades.
En el auge de la naciente nueva ola de la Inteligencia Artificial, gracias a un amigo, tuve un encuentro interesante. Ante la solicitud al ChatSonic de que redactara cinco mensajes cortos para invitar a otros hombres a sumarse a un taller sobre ‘Masculinidades positivas’, esto fue lo que arrojó la máquina (lo traduzco del inglés al español):
Mensaje 1: “Es tiempo de redifinir lo que significa ser un hombre. Nuestro curso de Masculinidades positivas ofrece las herramientas y recursos que tú necesitas para fomentar un sano sentido de la autoestima y el respeto”.
Mensaje 2: “¿Cuestionándote las definiciones tradicionales de masculinidad? Nuestro curso de Masculinidades positivas te ayudará a entenderte a ti mismo y a crear vínculos significativos con los demás”.
Mensaje 3: “¡Levántate, hombre, y haz el cambio! Nuestro curso de Masculinidades positivas te ayudará a romper con estereotipos anticuados y a encontrar tu verdadera identidad”.
Mensaje 4: “¿Estás cansado de sentir que tienes que actuar de una determinada manera para que te vean como un ‘hombre de verdad’? Recupera tu poder con nuestro curso de Masculinidad Positiva. Abraza tu verdadero yo y aprende a ser la mejor versión de ti mismo”.
Mensaje 5: “Descubre un enfoque más sano y positivo de la masculinidad con nuestro curso de Masculinidad positiva. Cosecha los frutos de una vida más plena”.
Siguiendo el hilo de mis afinidades, creo que bien podría apuntarme en cualquiera de esos cursos (¿quién lo dictará?). Yo mismo he caído en fórmulas verbales similares a las del ChatSonic, también parecidas en muchos casos a los razonamientos humanos de empresas de masculinidades que ofrecen este tipo de servicios o ayudas. El escenario es complejo y no quiero simular aquí un caballo de Troya que busca implosionar desde adentro las labores de las “nuevas masculinidades”. No. Cuidar la voz, el punto de vista singular para dar en la médula o en los bordes de la médula del asunto de las masculinidades a partir de cada vivencia y vivencias compartidas, es un reto para quienes asumen esta labor.
Mi convicción en este momento es clara: ser un hombre que se interroga. Tal como dije, no me alío con la vía pedagógica de enseñar a otros hombres cómo ser masculinidades positivas. Mi manera de actuar hoy será tal cual ha sido desde el impulso inicial de este trabajo personal: escribir sobre mi vida y compartir mis hallazgos como un sujeto de la cultura, un hombre que ha aprendido a ser hombre con los lineamientos y adecuaciones de la masculinidad convencional, y que mucho antes de comenzar a escribir sobre esto ya reflexionaba —tantas veces con desconcierto— sobre cómo debía responder masculinamente ante las circunstancias por el hecho de ser un hombre. Hoy entiendo simplemente que mi voz busca salir de mí.
Pensar en la masculinidad es pensar en la salud mental
Este apartado define el segundo punto central de este texto. 2) la masculinidad tiene que ver con la salud mental.
Partamos de un concepto: la ‘masculinidad’ es el conjunto de nociones que tiene un hombre para orientarse en cómo ser y actuar. To be or not to be. No es descabellada la referencia a Hamlet, un hombre joven atormentado porque no sabe si será capaz de honrar a su padre vengando su muerte, acabando con la vida de otro hombre tal como, según la visión fantasmática que Hamlet tuvo de su padre en medio del bosque (algo que bien pudo haber sido una alucinación o una construcción de su mente), este le pidió que debía asesinar a su tío, quien fue el responsable de su muerte.
Compartir reflexiones sobre la masculinidad y escuchar a otros hombres que, por abrir en mis escritos este canal de discurso, se han acercado a comentar sus desencuentros con la masculinidad, me ha mostrado la cara de la perturbación. Cuestionar aspectos de nuestra masculinidad puede ser perturbador. Quiero decir que, particularmente, no es para mí “estar a la moda” u oportunista hablar sobre masculinidades. Comparto mi experiencia en proceso porque considero que, como hombres, podemos sufrir menos y hacer sufrir menos a otras personas si abandonamos prácticas nocivas de la masculinidad retrógrada, con esto quiero decir: la que es intolerante, violenta, irrespetuosa, soberbia, excesiva y demandante de poder. ¿Tiene algo de condenable que nos opongamos a actitudes así?
Las calzas de la masculinidad, ese saber hacer (know-how) que todos los hombres —orgullosos de ser hombres los más— nos afanamos en aprender y demostrar, hoy se tambalean. Pero más allá de alzar el puño de lucha en señal de victoria, hay que decir que ese resquebrajamiento de “la guía” que nos ofrece la masculinidad tradicional, nos deja a muchos hombres, aterradoramente, sin un piso [1]. Si a eso le sumamos la vehemencia propia del movimiento que, en búsqueda de justicia, señala los desmanes de los hombres; el shock de la masculinidad puede impactar psicológicamente muy fuerte a los hombres que valientemente indagamos sobre nuestra masculinidad individual.
Si el segundo punto eje tiene que ver con masculinidad y salud mental, el punto tres argumenta lo siguiente: 3) La masculinidad tiene que ver con la cultura y, más directamente, con el poder.
Masculinidades: poder y compasión
El cantante español C. Tangana tiene una manera peculiar de reflexionar sobre la masculinidad: un poco enigmática y a la vez muy frontal; genuina, en suma. La primera vez que lo oí me llamó mucho la atención su canción “Demasiadas mujeres”; no la entendí bien pero pude captar que el coro (un loop que repite “demasiadas mujeres”) cargaba con cierto peso fuerte, como entre queja, asombro, impresión, desahogo, exhalación, por esa relación tan ansiosa e hipersexualizada que tenemos los hombres hacia las mujeres. Sentí que había recogido una manera de decir algo que yo nunca había escuchado (aunque sí, quizás, una que otra vez en amigos diciendo: ¡Dios mío, cuántas mujeres hay en Instagram! Demasiadas). Dios mío.
“Cambia!”, otro tema de ese mismo álbum de C. Tangana (El Madrileño), también dice sin pelos en la lengua una queja clarísima y aguda. Resumiendo el planteamiento que despliega la canción, dice: me enseñaron que ser un hombre era tener plata, poder, respeto ganado a los puños, mujeres, sexo y valentía ligada a la fiereza; y —dice el cantante— ahora que he conseguido todo eso, me piden que cambie. En dos platos, simple, ese reclamo da en el blanco de un problema cultural que estamos viviendo los hombres hoy día: si ya no podemos ser como se insistió en que debíamos ser, ¿cómo debemos ser entonces? Se me antoja que esta sea una pregunta capciosa, pues ¿por qué debemos ser hombres de una manera específica?
Tanto los hombres que decidimos indagar en nuestra masculinidad y elegir la forma en la que queremos ser (y no en la que debemos ser), como aquellos a quienes no les interesa cuestionarse nada, todos estamos hoy azuzados por ese discurso que dice: ¡cambia! Pues bien, ahí está la discusión importante. ¿Hay que cambiar todas las formas de ser hombre? ¿Solo las partes visiblemente agresivas y peligrosas? ¿Sabemos que tenemos que cambiar también los llamados “machismos cotidianos” [2]? ¿Qué debemos cambiar y qué no, entonces? Aquí hay un conflicto porque los hombres no somos máquinas que nos reprogramamos como quien instala una actualización en el teléfono. Este es el impasse que muestra C. Tangana en su canción, un impasse con la cultura, primera responsable de que la masculinidad sea como es.
Si bien los varones hemos capitalizado históricamente el poder (político, económico, militar, familiar, etc.), somos sujetos de la cultura que, al nacer, ya se nos exige que seamos los portadores de ese poderío. Una crítica hacia la masculinidad hegemónica implica decir también que desde que los hombres empezamos a vivir —léase y compréndase bien: desde que somos unos niños—, se nos está instando (más o menos según la suerte que corremos con nuestro núcleo familiar) a ser y a aspirar a lo que describe C. Tangana. ¿O es que acaso hay deseo en ser un “hombre fracasado”? ¿Hay deseo sobre un hombre fracasado? [3]
La masculinidad hegemónica lleva ese nombre no solo porque monopoliza una forma predefinida (un solo patrón, un solo conjunto de rasgos) de cómo constituirnos, sino que también es hegemónica porque alude al poder, lo ambiciona y lo posee. ¿Qué tipo de hombres debemos ser ahora en estos nuevos tiempos? Esa respuesta no la tiene la cultura que te increpa (como lavándose las manos): ¡cambia!; sí la tiene, al contrario, la cultura de la masculinidad tradicional al estilo Bolsonaro, esa cultura te dirá: debemos ser los hombres que siempre hemos sido.
No quiero que este argumento se confunda con victimización, pero sí quiero rescatar la palabra ‘compasión’. Ahora mismo, esta es una palabra que creo muy necesaria para la vida en nuestra época. He visto a demasiados hombres ¡cagarla! (esa es la expresión genérica más amplia que conozco para referirme al asunto) por querer cumplir con los preceptos de la masculinidad hegemónica; algunos se han llevado solo un susto, otros ya no están en este plano.
Cuando pienso en la importancia que puede tener reflexionar sobre nuestras masculinidades, no es para decirle a otros hombres: ¡mira, esta es la forma en la que actúa una masculinidad positiva!, y tampoco para juzgar a diestra y siniestra, insinuando una superioridad moral. Tener la suerte de haberme forjado como hombre sin que esa formación de mi hombría a lo largo de casi cuatro décadas (hace una década masivamente nadie se planteaba estos señalamientos) no me haya zarandeado irreparablemente, al punto de que hoy no me quita el sueño pensar en lo que he sido y vivido; esa suerte no me otorga ninguna superioridad moral para guiar a otros hombres. Hablo de suerte porque qué cosa sino suerte se necesita para quedar al margen de cumplir las exigencias culturales y no fracasar en el intento. (claro que esa suerte puede llamarse de otras maneras).
Suerte y compasión; son palabras poco habituales en este debate sobre las masculinidades, pero que considero importante rescatar para tener algo que devolverle a la brutal cultura que nos ha querido (y todavía nos quiere) hacer hombres “de librito”, hoy somos hombres sin librito y eso, psicológicamente, es estremecedor.
Soy un hombre único
En el debate actual sobre las masculinidades hay tensiones interesantes entre posiciones que dicen, por ejemplo, que no todos los hombres somos tóxicos y machistas; y por otra parte, hay posiciones que dicen: okey, no eres golpeador ni acosador pero reproduces en tu día a día los roles de género, como pensar que a la mujer le corresponde el trabajo en el hogar, o piropeas a las mujeres en la calle porque “qué tiene de malo un simple piropo”. Por más que atiendo esta discusión, llego a la conclusión de que compartimos vivencias y aprendizajes comunes, pero también somos diferentes. Todos los casos y situaciones ameritan notar sus diferencias, aunque a veces estemos alienados hasta el tuétano: somos hombres únicos.
Algunas posiciones consideran que decir “yo no soy un tipo machista” es exculparse de algo que somos todos los hombres por aprendizaje. También es cierto que revisar nuestras actitudes es encontrarse con respuestas automáticas de hombre privilegiado. Es un proceso complejo identificar y luego ver con qué decidimos quedarnos y qué cosas trataremos de no hacer con nuestra masculinidad aprendida. Insisto en que todo ese tránsito tiene un alto componente psicológico.
Algo que defiendo desde antes de interesarme en estos debates es, precisamente, la formulación no todos somos iguales. Dice la máxima que, ante la ley, somos todos iguales, pero donde definitivamente no somos todos iguales es en la historia de nuestras vidas, en nuestras vivencias, en nuestra psique. Mi construcción de masculinidad la he vivido a mi manera, y aunque a lo largo de este proceso he reconocido elementos que encuentro comunes a muchos hombres, soy un hombre único, y a partir de ahí es desde donde puedo hablar. Hay, sin embargo, un valor productivo en esta voz personal que comanda, y es que ningún hombre se ha hecho solo, sin otros hombres, así que contar la historia de un hombre es seguramente rozar la historia de muchos otros.
Con esa constatación me he encontrado a lo largo de estos años, y hallo mucha sinceridad y fuerza en esa vía de exploración. Que los hombres hablemos, que compartamos nuestras vivencias masculinas, es la mejor forma de quitarle el velo a la cultura y tomar las riendas de nuestra masculinidad, para vivir mejor.
Notas al pie:
[1] Para más sobre este interesante y actual planteamiento de la masculinidad sin piso, recomiendo esta entrevista de la BBC al escritor Richard V. Reeves.
[2] Para adentrarse en el término “machismos cotidianos”, recomiendo la lectura del libro: De la Garza, Claudia & Derbez, Eréndira (2020) No son micro. Machismos cotidianos. Grijalbo: Ciudad de México. Disponible en pdf en el siguiente enlace.
[3] Los fracasos de un hombre se pagan con la vida. Esta afirmación la sustenta perfectamente la cifra de suicidios a nivel mundial, un estudio minucioso realizado por la Organización Mundial de la Salud, que analiza las tasas entre el período 2000-2019, revela que del 100% de suicidios en el mundo, 79% lo ejecutan hombres. Las causas son variadas: problemas económicos, legales, depresión, consumo excesivo de sustancias, etc. Queda la interrogante de si esta amplia mayoría de hombres que se suicidan pudiesen tener otro final con otra comprensión de su masculinidad; es solo una interrogante. Referencia (OMS).