La esencia del juego de garrote se enriquece de una sencilla filosofía ancestral destilada de complejos sucesos históricos. Por lo tanto, resulta interesante entender por qué reconocidos investigadores de las ciencias sociales, en específico de la historia y la antropología, han realizado estudios con el mero interés de relacionarlo con el mestizaje de culturas en sus distintos aspectos; y por qué, contrariamente, han sido escasos, por no decir inexistentes, las investigaciones sobre los sistemas belicistas nacidos de los distintos grupos étnicos refinados en una técnica bélica criolla nutrida de filosofía y saberes populares que originó un complejo sistema de esgrima de armas blancas al que identificaron como el “juego de garrote”.
Al respecto, Jesús Ramos (2019, p. 5) afirma que en la historiografía venezolana se ha desestimado el estudio de las formas de lucha de los pueblos y sus armas, los saberes de un importante sector popular que dio aportes significativos al proceso de la guerra anticolonial y posterior fundación de la república moderna.
En este mismo sentido, Canelón (1994) expone que “hasta ahora, (…) solo se han encontrado referencias del juego en obras literarias o refranes populares, pero ha sido imposible conseguir algún trabajo de los investigadores conocidos que se acerque al juego en otras épocas” (p. 23). Por su parte, Matthias Röhrig (1999), quien ha sido uno de los escasos estudiosos sobre las formas de luchas de los sectores populares de América del Sur, comparte la misma preocupación al manifestar que “el juego de garrote, considerado por sus practicantes como un método genuinamente venezolano de defensa personal, no ha recibido hasta ahora la debida atención. De hecho, hoy en día hasta su misma existencia es desconocida por muchas personas en Venezuela” (Röhrig, 1999a, pp. 55-56).
Estas reflexiones demuestran el menguado interés de la academia por la construcción de la historia social que ha definido culturalmente a un importante sector de la población venezolana. Una historia que ha logrado permanecer en el presente mediante la narrativa oral de sus herederos, cuya voz es el farol que ilumina nuestro encuentro con el pasado y con sus anónimos protagonistas.
Según la interpretación de fuentes judiciales, Röhrig (1999b) reconoce en nuestra historia una identidad masculina, “el guapo”, a través de las frecuentes riñas entre hombres en el período 1880-1930; en una investigación que logró caracterizar el juego de garrote en el período de la Venezuela colonial, dice: “En la época de la Independencia, los ‘guapos’, como se llamarían ulteriormente los varones con gusto por la pelea (…) ya cargaban garrotes, aunque en esta época todavía usaban armas indígenas como arcos y flechas” (Röhrig, 1999c, p. 74).
Con esto, categoriza el uso del garrote como un instrumento cotidiano de los “guapos” durante el período independentista, y adicionalmente refiere el uso del arco y la flecha como prueba de los procesos sincréticos que dieron forma a nuestras propias destrezas defensivas. Röhrig también afirma que la continua presencia del garrote como arma en la sociedad venezolana conduce a que, en 1832, su porte fuera prohibido tanto “en poblado como en el campo o reunión” (Röhrig, 1999d, p. 74), como forma de minimizar las violencias cotidianas en los espacios rurales.
En la obra Tiempos de Ezequiel Zamora, Brito Figueroa revela que en el período poscolonial, específicamente en “la segunda etapa de la insurrección campesina de 1846” (p. 58), caracterizado por las frecuentes fugas de los “peones de las haciendas” (p. 60), hubo constante presencia del juego de garrote como una habilidad perenne en los sujetos de las clases sociales oprimidas. Esta afirmación se devela en la siguiente publicación del diario El Liberal donde se buscaba a un esclavo prófugo:
CINCUENTA PESOS DE GRATIFICACIÓN. El 28 de octubre de 1846 del año próximo pasado se ha fugado de esta ciudad, un esclavo de la propiedad del que suscribe, y ofrece a la persona que lo capture cincuenta pesos de gratificación, y al que solamente diere noticia positiva de su paradero también se le gratificará con veinticinco pesos. El esclavo se llama Martín, de veintiocho a treinta años, zapatero, estatura pequeña, pelo rubio, carilarga, escaso de barba, algo barroso, color blanco, ojos rayados, un poco azules, se aplica al canto, a la guitarra y también sabe jugar garrote. El Tocuyo, 4 de agosto de 1847.
El Liberal. (Brito, 1994c, p. 61).
Para entonces,“jugar garrote” era una aptitud tan valiosa como cualquier otro oficio, y también, como lo expresa Ramos, la divulgación de esta particularidad en la prensa oligarca, supondría que fue un arte de combate reconocido por la sociedad venezolana, tanto por las clases sociales oprimidas como por los sectores dominantes (Ramos, conversación verbal, 2011). En fin, se nos confirma que tanto la esgrima criolla como el arma (el garrote) eran elementos comunes en el imaginario social del venezolano.
Asimismo, y al contrario de lo que se piensa, este arte también caracterizó a las mujeres, a quienes les era necesario adiestrarse en el juego de armas para defenderse de cualquier atacante de camino. De este modo lo expone Barrios en la crónica La Negra Nicolasa (1868-1972):
Juan Machado, su nieto (…) es el confidente de este relato para describirnos que (…) La Negra Nicolasa sabía jugar armas (manejo de antigua defensa personal con garrote de vera) y peor aún sabía jugar con una lanza, que nunca faltaba en su burro, y de una certera estocada derribó al atacante y le clavó la lanza, en la zona baja del vientre dejándolo mortalmente herido. Había aprendido esta habilidad de los viejos guerreros de la Guerra Federal
(Barrios, 2004, s. p).
Esta crónica evidencia que la destreza en el juego de armas no estaba reservada solo para los hombres, y que, a pesar de ser un arte viril, las mujeres podían adquirir las mismas cualidades, aventajando y sorprendiendo a cualquier malhechor; aún más si aprendían de experimentados guerreros.
Los documentos escritos evidencian la presencia de este arte de combate a medida que se revela la participación de sus protagonistas anónimos en las riñas cotidianas y luchas caudillistas en el trance de la segunda mitad del siglo XIX a la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, en nuestra Venezuela contemporánea, solo podemos apreciarlo cuando los jugadores lo ejecutan en sus localidades rurales (lejos de la mirada de los curiosos), o en plazas y parques cuando se trata de jugadores y aprendices en las ciudades.
El juego de garrote ha sobrevivido de manera sigilosa en el imaginario colectivo del venezolano, sin ser debidamente valorado en el ámbito histórico, o incluso entre las tradiciones venezolanas. Hoy, continúa siendo un desconocido. Pero es una tradición que se resiste a la extinción, que ha logrado sobrevivir en reducidos grupos de práctica.
Referencias:
Barrios, A. (2004). La Negra Nicolasa. Diario Vea.
Brito, F. (1994). Tiempos de Ezequiel Zamora. Ministerio del Poder Popular para Agricultura.
Canelón, J. (1994) El Juego de Garrote. Mérida: Venezuela. FERMENTUM. Revista venezolana de sociología y antropología. ULA.
Ramos, J. (2019) El Juego de garrote resiste en Lara. Trabajo no publicado. Proyecto de grado no publicado. Universidad Nacional Experimental de las Artes.
Ramos, J. (2020) El Juego de Garrote: Esgrima venezolana desconocida por la historiografía. Trabajo no publicado.
Röhrig M. (1999). Juego de palo en Lara. Revista de Indias. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Depto. De Historia de América “Fernández de Oviedo” Centro de Estudios Históricos. Vol. LIX. Núm. 215. España.
Muy interesante.
Excelente trabajo