Caronte
El fuego no concibe el humo que te ahoga en descontento
el descontento se acerca al cenicero y asesina la época
que agoniza y recuerda el nirvana de ensanchar las venas de humo y sangre
que arden hasta aplastar la colilla de mi paciencia
De mi aguante
de mi diversión
de lo que quizá me mantenía con vida
o en un simulacro de ella.
Tengo el rostro de Caronte metido entre las piernas
me río y con los denarios arranco los huesos de la órbita
de esa fosa que consumió el cadáver de mi mejor versión
el grito y la sal confirman el trueque maldito que hice en el Estigio
en la balsa voy desnuda
en la balsa van sus huesos
y lame mis llagas
y muerdo la médula
vamos a herirnos
no tengo miedo.
Electra
El asombro ríe detrás del sueño, ese oráculo que escribió Padre
No me aterra el cuestionario de la esfinge
Si me acuesto con Padre la hojarasca del camino desnuda una encrucijada
Acaricio la lija del asfalto que atrae la sangre desde sus corrientes
Es su ofrenda
y la esfinge me inquiere: ¿Padre o esposo?
Me río
Son sinónimos
Electra prefiere desatar el riachuelo
entre las piernas de la esfinge.
Poema I
Acontezco en el goteo de la ceniza sobre el agua
los pies dispersos surgen
crecen hasta el cielo
pero sigo vacía en un cuerpo contráctil.
Debo anclarme a una piedra
a un pólipo de suerte
ceder mis brazos al tentáculo del fuego
abrir la boca en cápsulas de aire
y adorar la salida desde madre.
Sin el olor a madera sin petricor ni flores
me he soñado despierta desde la entraña del barro.
Ahora vago difusa en el océano herboso
levito de un círculo a otro
persuadida a encorvarme
dejarme sangrar por quien me corte
pedir perdón por tantos males:
por la sexualidad de padre y el silencio de madre, dedos que inseminan los oídos recién llegados
culpables de estar una vida juntos.
El aliento de papá es fermento de saliva
de su piel hinchada nacen el vidrio y los jodazos que se cogen hasta la carne del rostro de mamá.
Puedo volver a casa solo para arrancar el piso
usarlo como piel
estirar los ojos
y restregarlos contra las púas que caen del techo
sentirme una araña
que de un momento a otro
huye
y entrega sus pies a las mantarrayas
o abre la boca para que le muerdan la lengua y se salgan todos los versos que engrosan las lágrimas.
Pero mi pecho agitado no es valiente
no vuela
regresa al polvo blanco cada tormenta
es carne que respira apretándose las venas hinchadas de culpas blancas.
Estoy golpeada por rosarios, oraciones y crucifijos que dibujan un rostro astillado en el pavimento
misterios gozosos que se beben mis espinas
y me las escupen de vuelta en mis horas más felices.
Nada
nadie es el gran culpable
no debemos pedir cuentas de dolor a nuestras familias blancas
ni cobrar venganza.
Solo hay que chupar la teta del árbol genealógico y ahorcar la voz
tragar la leche agria y dar las gracias
cerrar el puño, abultar la maldición recurrente y desdoblarse en sombra bastarda
o en tímido silbido de la casa
a medianoche
cuando el ardor se hace cuerpo sin garbo, imagen que pesa en la boca, manos que dividen al día del insomnio.
Velero en la espalda que trae lo no-dicho.
Minutos secos que se cortejan y forman un día.
Cuerpo lleno de días cargando telarañas.
Siendo un filo, un-sin-historia, que abre párpados en el suelo con su voz.
Pero el poema está en escombros, sin ecos, cada vez más pequeño.
Como una cigarra primogénita del instante
un hecho incierto
que se ondula y expande
en virutas de polvo que un día se irán con el agua.
Gorriones Mudos
El poema ya no amanece con rocío de infancia, la única arteria de la mañana se abre en palidez de barro.
A los pies del árbol invertido el abono de piel, dientes y sexos aún salta en gritos blancos arrancados como escamas para vestir serpientes.
La sangre de los corderos dibuja uno por uno los kilómetros de este suplicio llamado esfera
llamado cuerpo
mundo perfecto
parto indoloro
semillas del temblor
Piedras que paren niños pupilas que se exprimen se aplastan y revientan en gorriones mudos viajantes de un tiempo en discordia roto en carne viva.
Significantes vacíos como madre
Ay, madres, cualquier súplica es denario para mirar sentadas hacia el río de vientres cortados sin que arda la escara en el propio pecho el rumor de las voces calla con la oferta de una estrella en la boca, el cielo es todo fauna y los insectos no se esconden entre las piernas
se posan y tapan el rostro donde se leen las historias
donde está la escara más vieja
el grito cubierto.
Por la ventana huye la vida blanca
No hay cantos ni alegría
Hay gorriones
Abono de árboles que caminan.
Nardos casi despiertos
Gólgota
Pedirás que acalle la tormenta para no romperme
Y piensas que mi pozo tiene el agua turbia
O que las palabras ya están todas contadas
Que no puedo inventar nuevos signos que consten más de una palabra y entre varias digan más que la simple expresión ¡Escucha!
Te he dicho que no
No
No
No
Girando mi cabeza en más de dos direcciones
Te he dicho no, porque soy más laberinto que un gesto
Me nombro envidia, ecuación de horror, hoja en blanco
Veo garabatos y arabescos que huyen de mis manos
Quedo muda
Suavísima corriente furibunda
Decido incendiar mis fronteras
Ser pergamino
Sin ayuda de un verdugo.
Te he dicho que no
No todos los besos son poemas
No es como dices
No es como digo
Es más que eso
Es un tumor en la voz
que me ha convertido en libro sin hojas
peso muerto
apagado sin poesía
sobre una cruz que se clava en Gólgota.
Poema V
Prolongación de supernova
o simple imitación carnal es este iris que todo devora:
La timidez del vuelo de tu elogio
Las notas que el pétalo le arranca al aire
Y el flujo de nubes, números y parpadeos.
Mímesis de Vía Láctea
es la cascada del vientre de la noche
Que escribe la prisa de las sombras
en la reverencia de las flores.
Mi amor huele a domingo
a versos limoneros
al sudor de tres latidos previos al alba
cuando la oscuridad gime en tu boca
y se enfurece en la mía.
***
Poemas seleccionados del libro Nardos casi despiertos, en proceso de publicación por la editorial Ediciones del Útero (Venezuela).
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